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Nacionales

¿Y de qué sirven los partidos políticos?

Por: Luis Paulino Vargas Solís
Artículo publicado en Amauta con permiso del autor
Fuente: Soñar con los pies en la tierra

Publicado el: Jueves, 29 de agosto del 2013

Cuando miro al Partido Liberación Nacional veo una maquinaria cuidadosamente engrasada para ganar elecciones a cualquier costo; una escalera por la que ascienden  oportunistas e ineptos a la caza de algún buen puestillo en la administración pública; un dispensador de favores en beneficio de acaudalados amigos que financian las campañas o le hablan al oído a los líderes partidarios o son socios empresariales de éstos. También observo una especie de enorme aparato succionador que chupa de los recursos públicos a favor de unos cuantos.

El poder de la maquinaria electoral

El poder de la maquinaria electoral

El Partido Unidad muestra lo mismo, pero en versión atrofiada, aunque en denodado esfuerzo por recuperar las viejas glorias y disputarle a Liberación los dudosos trofeos que hoy éste monopoliza.

En el Partido Libertario veo una mezcla insólita de fanatismo ideológico, arrogancia y ansias descontroladas de riqueza y poder.

En el  llamado PASE, tan solo encuentro una cosa informe, sin programa ni ideología, pero sí con una agenda tan oportunista como contradictoria, que cambia de forma a cada paso según las conveniencias del momento. Y acerca de los tales partidos “evangélicos”, a la par de su fanatismo e intolerancia, tan solo resulta mencionable su comprobada venalidad.

¿Qué creo ver cuando miro al Frente Amplio (FA) y al Partido Acción Ciudadana (PAC)?

Subrayo que ahí encuentro gran parte de lo que hay de decente y respetable en el escenario partidario costarricense. Lo cual no los convierte en partidos sin mácula, y no tan solo porque nada de lo humano es perfecto (ni esperar tal cosa).

El PAC ha sido, me parece, una propuesta en la que ha concurrido una porción importante de los sectores medios políticamente educados y motivados. Gente portadora de un ideario socialdemócrata relativamente remozado, identificada con los realizaciones del Estado social costarricense y, en algunos casos, involucrada también en nuevos movimientos sociales como los del género, el ambientalismo o las diversidades sexuales, entre otros. Esa base no ha tenido, sin embargo, una correspondencia en los liderazgos situados en la cúpula partidaria. Éstos, que por algo más de un decenio ejercieron un férreo control del partido, impusieron una agenda de miras muy estrechas, presuntamente ética, cuya rigidez limitaba su capacidad de maniobra frente a los dinámicos procesos de cambio escenificados en los escenarios políticos y en realidades sociales de Costa Rica en el siglo XXI. Incluso se incurrió en la inconsecuencia de hablar de “acción ciudadana”, concebida según un recetario procedimental con implicaciones irrelevantes.

Los rostros de la política tradicional (Foto: Jorge Arce / El Financiero)

Liderazgos conservadores y políticamente intransigentes, chocaron con dirigencias medias y bases partidarias que buscaban proyectos políticos renovadores y estrategias realistas frente a un mundo cambiante y dinámico. De ahí las fisuras surgidas al interior del partido y, dada la rigidez procedimental de la cúpula, el bloqueo a las vías de diálogo. Se hizo muy laboriosa la tarea indispensable de construir condiciones que propiciaran transigir y consensuar.

En el FA parecieran converger los sectores relativamente moderados de la vieja izquierda, con representantes de nuevos movimientos sociales y algunas dirigencias sindicales y de base comunal, con experiencia en la movilización y la protesta callejera. En cuanto que propuesta de izquierdas, el FA intenta aportar un rostro renovado y, sin embargo, visto desde fuera, con notable frecuencia se le miran sintomatologías usuales en las viejas izquierdas. La dificultad para dialogar y generar espacios de entendimiento con otros actores sociales y políticos con los que se supone comparten al menos algunas preocupaciones fundamentales. Cierta mal disimulada tendencia a atribuirse rasgos de excepcionalidad, que les hace proclamar que son los “únicos” que poseen credenciales en la lucha contra la corrupción y contra el neoliberalismo; los “únicos” que son “consecuentes” en su accionar político, etc. Recordemos que incapacidad para dialogar, redentorismo y excepcionalidad son rasgos característicos de las izquierdas históricas, los cuales adquieren expresiones paroxísticas en las izquierdas extremas (más que en el FA).

Creo observar que el PAC y el FA comparten una base clasemediera. Pero en el PAC son sectores medios en mayor grado vinculados a la academia, el ejercicio profesional o la pequeña empresa. En el FA la diferencia quizá surja de la mayor presencia de luchas comunales, algunas de éstas de base propiamente popular y, quizá, de un mayor peso relativo del ambientalismo y del sindicalismo del sector público.

En cualquier caso, son los únicos partidos que representan una opción más o menos estructurada y coherente frente al neoliberalismo reinante y, sin duda, son organizaciones que reúnen mucha gente valiosa y decente. Por su parte, Alianza Patriótica aún es un proyecto que no termina de tomar forma, y Patria Nueva un mal intento por desenterrar el zombi de la socialdemocracia de los setenta del siglo XX.

Cuando la ciudadanía re-inventa la política

Cuando la ciudadanía re-inventa la política

Ahora bien, recordemos que la teoría política tradicional conceptúa a los partidos como mediadores entre las estructuras del Estado (la sociedad política) y las vivencias cotidianas de la gente (la sociedad civil). Esa idea se vuelve aceleradamente obsoleta en una época donde la llamada “sociedad civil” ha ido madurando ideas, propuestas y movimientos sociales que se declaran a disgusto –e incluso en abierta rebeldía- respecto de esa “división del trabajo político”, y de las consecuentes barreras y distancias que la tradición liberal estableció entre los ámbitos de lo político y lo civil. La “sociedad civil” deja progresivamente de ser tal para despertar como una ciudadanía crítica y políticamente motivada, que exige tener una voz que debe ser escuchada con respeto y una participación que tenga efectos políticos concretos y significativos. No es algo que movilice a las grandes masas, las cuales aún siguen atrapadas en una suerte de analfabetismo político, pero sí a sectores educados y críticos, que juegan un papel de punta de lanza en un movimiento que, crecientemente, hace obsoleta la dualidad tradicional entre lo “político” y lo “civil”.

Esto hace igualmente obsoleta la función mediadora de los partidos y, eventualmente, les obligaría a reinventarse ¿podrán hacerlo?

Véase el fallido intento de coalición. La presión más seria y consistente provino de sectores ciudadanos independientes de los partidos. Puesto que así lo dispone la anticuada legislación vigente, los partidos tenían la decisión en sus manos y, al cabo, fallaron en el cometido. Luego se han prodigado en justificaciones bastante lamentables.

¿Podría esto ser síntoma de la dificultad que enfrentan los partidos para ponerse a tono con las nuevas realidades políticas?

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