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Colaboraciones

De Guanacaste y de Chiriquí: acercamientos y lejanías

Por: Rogelio Cedeño Castro
Colaborador de Amauta

Publicado el: Viernes, 9 de agosto del 2013

(Arte: Jorge Camaño)

(Arte: Jorge Camaño)

I

Las torpes visiones prevalecientes acerca de nuestro propio entorno geográfico nos conducen, en muchas oportunidades, hasta el punto de llegar al colmo de ignorar los significados precisos de las toponimias empleadas para designar pueblos y culturas enteras con las que convivimos casi a diario, desconociendo que algunas de sus resonancias han estado revestidas de gran significación para todos nosotros, sobre todo a partir de los grandes aportes en muchas dimensiones de la vida social que han realizado, a lo largo de la última centuria transcurrida. Se trata de áreas territoriales y comunidades con las que hemos compartido una historia y un quehacer comunes, más allá de las limitaciones que nos imponen las cambiantes fronteras de los estados-nación ubicados en el istmo centroamericano,  como un poderoso factor que se encarga de imponernos sus enormes barreras físicas, mentales y hasta emocionales para tornar imposible( o casi) la posibilidad de captar la riqueza cultural, económica y humana presentes entre los seres humanos, de carne y hueso, que comparten un mismo territorio y una historia (o historias) comunes, en gran medida como resultado de los intensos procesos de mestizaje cultural, registrados a partir de la irrupción de los europeos en una región ya habitada por una serie de pueblos originarios, por un lapso de al menos durante unos ocho o diez mil años.

II

Unos territorios que hoy llevan los nombres de Guanacaste y Chiriquí son algunos de los que figuran, a nuestro entender,  dentro de los lineamientos que hemos venido esbozando, como unos ámbitos espaciales que presentan las características de tener algunos elementos o singularidades comunes y también algunas lejanías, por no decir asimetrías, que los diferencian haciéndolos dignos de consideración desde un primerísimo plano, como algo distinto de la alejada y muchas veces distorsionada visión de la retórica vacía de los discursos oficialistas, siempre condicionada por poderosos intereses económicos y políticos, que se originan a partir de los centros político-administrativos de dos países de la región llamados Costa Rica y Panamá, cuyas visiones de lo nacional no parten precisamente de las particularidades del universo chiricano o guanacasteco, las que acostumbran a invocar a su conveniencia en algunos momentos, como cuando se celebra la anexión del Partido de Nicoya a Costa Rica, un momento en que llueven los discursos llenos de exclamaciones acerca de un presunto deseo local de ser de la patria por nuestra voluntad y de innumerables promesas desde el ámbito de lo nacional, todo ello dentro de una serie de promesas de amor recíproco que quedan en el olvido un día después, cuando los representantes de los poderes centrales retornan a sus rutinas y a los territorios en que acostumbran a moverse a sus anchas. La resaca del día siguiente tiene, al parecer, la virtud de poner las cosas en su lugar, para unos y otros, solo que la desilusión suele arraigarse con más dureza entre quienes habitan aquellas comarcas del olvido.

Desde el lado panameño, por así decirlo, esos chiricanos habitantes de una provincia un tanto retirada del centro, cargada de tantas singularidades y productora de innumerables riquezas en el ámbito agropecuario, pero también en términos de lo étnico y lo cultural, representan algo un tanto extraño, no tan ruidoso como lejano, a partir de las particulares manifestaciones de unas gentes, cuyo marcado regionalismo lo exteriorizan, de muchas maneras, pero ante todo enarbolando con orgullo la bandera de su provincia, al igual que sucede al otro lado de la frontera, con el espíritu festivo y un tanto irónico de muchos liberianos y nicoyanos, por no decir de las gentes de toda la provincia o por un capricho nuestro particularizar en algunos de ellos, como la expresión de unos habitantes que también acostumbran a mostrar su bandera como de uno de los símbolos más importantes de la región, que ha sido su hábitat durante muchas generaciones y como si recordaran la gesta del doctor Francisco Vargas Vargas(1909-1995), con sus miles de jinetes movilizados en el ahora lejano año de 1936, aunque no estamos seguros si en busca de concretar los sueños y esperanzas de aquella generación.

En Chiriquí los dramas y las angustias de una nación, fundada en principio como un rapto imperial y condicionada a la voracidad de sus intereses encuentran su expresión en muchos de sus hijos, los que tratan de hallar en medio de aquellas rutas fangosas y plagadas de confusión la posibilidad de encontrar una vía que les permita sentar las bases para la construcción de un porvenir digno para los suyos, dentro de lo que constituye una lucha todavía no concluida.

Entre ellos, nos encontramos a algunos, no necesariamente chiricanos pero que arraigaron familiarmente en la provincia, como el  doctor Carlos Iván Zúñiga (1926-2008) quien se consagró en una etapa temprana de su vida pública a la organización de los trabajadores bananeros de la provincia, habiendo llevado a cabo en su juventud la brillante y heroica defensa del presidente José Ramón Guizado, acusado injustamente por la muerte de su antecesor José Remón Cantera, alrededor de los años de 1955 y 1957, además de su destacada participación en la vida universitaria, tanto desde la rectoría de la Universidad de Panamá como  en su condición de catedrático, dando desde esas posiciones  un decisivo impulso a la institucionalidad universitaria en la provincia.

También tenemos, entre otros, el caso de Álvar Guerra Gutiérrez (1932), un destacado educador chiricano y militante de larga data en la filas del torrijismo y en las de las reivindicaciones populares, al igual que algunos de sus hermanos, constituye un ejemplo de tenaz entrega a la lucha por las mejores causas en su provincia y por la recuperación de la soberanía panameña sobre el canal, su presencia se convierte en una mención obligada en estas páginas. Trabajador de la construcción en las áreas fronterizas y bananero en la Chiriquí Land Company de Puerto Armuelles, a edad muy temprana, antes de ir a formarse en la Escuela Normal de Santiago de Veraguas, durante la década de los 1950, la que fue un verdadero semillero de inquietudes políticas y culturales, Álvar no ha descansado un día de su  ya larga vida, con su activa presencia en las luchas cívicas y en la labor docente a la que dedicó bastantes años de su vida, su continuo ir y venir, promoviendo toda clase de iniciativas, ya sea en David o en  Boquete, en Volcán o en Cañas Gordas, en  Río Sereno o en Los Planes constituye la mejor demostración de lo que hemos venido afirmando, sobre las acciones de este inquieto educador y forjador de sueños y esperanzas en el corazón del pueblo chiricano

Lo guanacasteco y lo chiricano aparecen, en el imaginario de la mayoría de los habitantes de ambas naciones, como expresiones de lo folklórico y de lo regional a las que hay que acudir, cuando conviene expurgar –por así decirlo- el alma de la nación con propósitos legitimadores,  aunque siempre bajo la figura de la negación del otro diferente, dada la naturaleza subversiva de sus pretensiones de autoafirmación, pura y simple, a partir de lo regional y no desde los poderes fácticos que continúan prolongando, de diferentes maneras, la dominación imperial. Se busca hablar del estado-nación como si este fuera enteramente homogéneo y prescindiendo en el análisis de la existencia de los intereses específicos de clase y de los algunas élites del poder para quienes resulta muy conveniente la omisión de quienes, ante sus ojos, no encarnan la figura de una nación semejante a los designios imperiales, la que está tan interiorizada en algunos sectores sociales para quienes estaba mejor el canal(y el destino nacional) cuando lo administraban los yankis zoneítas y las fuerzas militares del Pentágono, dentro de aquel conjunto de bases militares extranjeras, que estuvieron enclavadas en el corazón del estado-nación de Panamá hasta el 31 de diciembre de 1999, pues aunque parezca increíble esa asunción de la identidad local y nacional todavía existe, un tanto solapada, dentro de los actores sociales más atrasados, desde el punto de vista social, político y cultural.

III

En el caso del primero de estos territorios, sabemos que el nombre de Guanacaste, dentro de la toponimia regional representa la denominación acordada a un árbol desde tiempos históricos lejanos por los habitantes del área cultural mesoamericana, cuyo nombre científico es enteroloblum cycolocarpum, un ámbito que fue el hábitat de innumerables culturas(olmecas, mayas, toltecas, chichimecas, chorotegas), provenientes del actual territorio del centro de México y cuyo límite sur estuvo representado por la Península de Nicoya. Se trata además de una expresión derivada de la lengua náhuatl, una de las más importantes del área mesoamericana, compuesta de la palabra guautil cuyo significado es árbol y de la palabra nacaztl que significa oreja

También nos encontramos con los orígenes precolombinos de la procedencia del nombre Chiriquí, la que viene de su significación en la lengua ngäbe-buglé, que quiere decir Valle de la Luna, aunque se afirma que el nombre de la provincia, es decir su denominación oficial se debe a la así llamada Laguna de Chiriquí, ese inmenso mar interior ubicado hacia el Caribe y que forma una parte esencial de los encantos naturales de la provincia de Bocas del Toro y del litoral caribeño de la Comarca de los Ngäbe- Buglé, ubicados hacia el norte de la Cordillera Central o Cordillera de Talamanca.

Separadas por el territorio de la provincia de Puntarenas, con su extenso litoral del que forman parte los golfos de Nicoya y Dulce, estas dos provincias ubicadas formalmente en dos países han dado un aporte decisivo a la formación del puerto de Puntarenas, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Las constantes migraciones, en diferentes direcciones, fueron el motor de esos aportes y de esas transformaciones culturales que se encargan de recordarnos, en cada instante de lucidez y más allá de los discursos forjados por las elites de los diferentes estados, que la humanidad es una sola y es el resultado de un continuo fluir  de comunidades enteras por los distintos territorios del planeta y de los afanes de los seres humanos, de carne y hueso, a través de los largos períodos que conforman el tiempo histórico, dentro del que son moldeadas las sociedades y las culturas humanas.

 IV

Difícil, muy difícil resulta de comprender para quienes toman como único referente para elaborar sus opiniones la avasalladora existencia del estado nacional, los acercamientos y las lejanías sobre los casos de Guanacaste y Chiriquí que estamos proponiendo más allá de las percepciones y valoraciones, fundadas en los intereses y las visiones de mundo de las elites dominantes. El hecho de buscar los acercamientos y semejanzas, por cierto no solo en el orden de lo geográfico, entre los múltiples elementos que se ubican hacia el interior de dos áreas territoriales que figuran dentro de la división político-administrativa de dos estados nacionales, pero también las diferencias que mantienen entre si, a las que nos hemos permitido dar el calificativo de lejanías, introduce la posibilidad cierta de captar ángulos y panorámicas que hasta ahora, han permanecido en la penumbra llegándose a la negación, no siempre consciente, de su existencia o importancia en sí mismas.

Tanto Guanacaste como Chiriquí comparten el área de un importante litoral costero, con cientos de kilómetros de playas y áreas rocosas en la costa del Océano Pacífico de la América Central. Su condición de poblaciones que habitan, por una parte, la vecindad oceánica y por la otra, una serie de planicies hacia el interior de sus respectivos territorios las que culminan en las estribaciones de la Cordillera de los Andes, denominada localmente como Cordillera de Guanacaste en el primer caso y Cordillera de Talamanca o Central, en el segundo de ellos, nos hablan ya de algunas importantes semejanzas y diferencias entre estas dos regiones, separadas entre si, tal y como lo habíamos indicado anteriormente, por el extenso territorio de la provincia de Puntarenas, con su alargado litoral costero y las notorias irregularidades de los profundos Golfos de Nicoya y Dulce, como una comarca  que forma parte de la división político administrativa de Costa Rica, pero que está estrechamente ligada por la historia y la geografía comunes al destino de Guanacaste y de Chiriquí, especialmente por las migraciones y los intercambios culturales que se remontan a los tiempos anteriores a la irrupción de los europeos, en este no tan nuevo mundo. Como un dato histórico esencial debemos reconocer que también los guanacastecos y los chiricanos tuvieron, al igual que los nicaragüenses (en especial los granadinos), una importante y decisiva participación en la consolidación y el poblamiento del Puerto de Puntarenas o en la fundación de localidades como Potrero Grande y Puerto Jiménez, como expresiones de la presencia chiricana y sus aportes culturales dentro del poblamiento contemporáneo de la región sur de Costa Rica, o de la guanacasteca con la extendida navegación de cabotaje, base del importante intercambio comercial sostenido desde el Muellecito del estero con la red portuaria de todo Guanacaste, a través del Golfo de Nicoya y la cuenca del Río Tempisque, con el importante puerto de Bebedero como uno de sus ejes más importantes, dentro de lo que fueron unos hechos significativos y duraderos dentro de la historia reciente de la región costera del Pacífico, a los que esperamos poder referirnos de nuevo más adelante.

V

Desde el inicio mismo de estas reflexiones acerca de las toponimias con las que se designan determinadas áreas territoriales, estábamos haciendo el intento de captar el sentido más profundo y sutil que tuvieron estos parajes para los pueblos originarios de la región, aquellos que empezaron a poblarla y a conocerla, de verdad, hace unos ocho mil años o más, cuando los estados-nación de Costa Rica y Panamá estaban muy lejos de emerger en el horizonte histórico. Apenas iniciada la tarea recibimos como respuesta, un breve y significativo texto de nuestro querido amigo, el escritor Adriano Corrales Arias, en el que nos dice: “Al parecer Chiriquí designado como Valle de la Luna es una imposición de los invasores hispanos. En conversa con el dilecto amigo y grande poeta Don Dimas Lidio Pity y el artista Manuel Montilla, ambos chiricanos y a quienes envié el texto y lo han disfrutado, me comentaban que, tras enjundiosas investigaciones lingüísticas, se ha llegado a aclarar que en el lenguaje de los pueblos originarios el vocablo CHIRIQUÏ se podría traducir como: EL LUGAR DE LAS AGUAS ABUNDANTES.”

Nos sólo nos parece muy bella y evocadora de múltiples imágenes la expresión de esta idea tan cara a los pueblos originarios dentro de la riqueza de sus lenguas, sino que  se constituye en una manera de conocer y pensar el entorno tan rica en su sentido más profundo, que nos ofrece la perspectiva de vincular el territorio a la presencia masiva de ese elemento tan esencial en el origen mismo de la vida sobre el planeta, como algo vital y creador siempre presente, tanto en el lenguaje como en los actos sociales de celebración o de duelo de los pueblos originarios, quienes al llamar Chiriquí a toda una comarca o ámbito privilegiado por la naturaleza, sobre todo vista en términos de la abundancia de  las aguas cristalinas que la bañan y la fertilizan en beneficio de la producción del agro y la ganadería, una de las riquezas más ostensibles y características de la actual provincia de ese nombre, dentro del ámbito social y económico del estado nación panameño, logran un gran acierto al nombrarla de esa manera. El contraste mismo de la abundancia de las aguas pluviales en la campiña chiricana, apenas empieza la estación lluviosa que la torna en el despliegue de una amplia variedad de tonalidades de lo verde, con la lenta y disminuida llegada de las lluvias en la vecina y extensa provincia de Veraguas y también en las provincias centrales de Herrera, Los Santos y Coclé donde el ganado sufre, en algunos momentos, la falta del agua y los cultivos no son tan abundantes, reafirma esa expresión de los pueblos originarios de que nos hablan los artistas chiricanos Don Dimas Lidio Pity y Manuel Montilla. Gracias al escritor Adriano Corrales Arias por la difusión del texto, el interés mostrado en sus contenidos y por los conocimientos compartidos que nos aportan estos amigos chiricanos, a quienes saludo con afecto.

VI

La aculturación paulatina del Guanacaste, los guanacastecos(as) y lo que debe entenderse por lo guanacasteco forma parte de un largo proceso histórico,  dentro de lo que ha sido la conformación del estado nación de Costa Rica, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, que debe analizarse con sumo cuidado y siempre dentro de un espíritu constructivo que nos conduzca a valorar, de manera cuidadosa, la pluralidad étnica y cultural de los actores sociales que conforman la población de la provincia. No solo las distintas tonalidades del color de la piel de sus gentes, sino la gran variedad de elementos e instrumentos culturales  de gran belleza que producen terminan por darle su singularidad a esta región, dentro de una identidad en constante transformación tal y como sucede, de manera inevitable, con todas las culturas del planeta.

No puede negarse el hecho de que, a partir del momento en que el Partido de Nicoya decide formar parte del estado de Costa Rica, todavía dentro de los términos de la República Federal de Centroamérica, pero sobre todo a partir del importante papel que juega el Guanacaste, como escenario bélico de la Campaña Nacional de 1856-1857 contra William Walker y el expansionismo anglosajón del Destino Manifiesto, el proceso de aculturación ya mencionado da inicio, con manifestaciones cada vez más perceptibles.

Es un alejar a esta región de sus perfiles mesoamericanos para introducirla en una sintonía con la visión de país, propia de los valles centrales, traducido en la pretensión de un distanciarse de lo nicaragüense o lo chorotega, dicho de otra manera de lo que no es chele o cartago, como si los sentimientos y nostalgias que afloran en nosotros al escuchar los sonidos de las marimbas, no importa si esto nos sucede en Diriá, Liberia o en Nicoya, dentro de esa tierra guanacasteca generadora de grandes compositores e increíbles ejecutantes musicales, pudieran alejarnos siquiera por un instante de las emociones provocadas por la sonoridad y la cadencia de las melodías ejecutadas por otros músicos, también mesoamericanos, en las marimbas que hemos escuchado otras veces en el mirador Catarina, allá en la Laguna de Apoyo, cerca de Masaya o en el barrio de Monimbó y que terminan por hermanarse en el sentimiento, un sentimiento universal de humanidad que todavía resiste a las barreras mentales que quieren imponernos, por las buenas o las malas, las fronteras territoriales con que se pretende separarnos de los otros diferentes, o que no lo son tanto si abrimos nuestras mentes y nuestros corazones hacia ese sentido de universalidad de los antiguos habitantes de Mesoamérica o de Aby Ayala, el nombre que dieron los pueblos originarios a nuestro continente.

VII

Las áreas territoriales de Guanacaste y de Chiriquí han sido sometidas a toda clase de tensiones, a partir de la circunstancia de formar parte del territorio de dos estados nacionales, que han estado siempre sujetos a los designios imperiales europeos o estadounidenses, dentro de los cánones de la doctrina del Destino Manifiesto para el caso de estos últimos, una circunstancia que ha dado lugar a las más grotescas manifestaciones de la xenofobia, el chauvinismo, la obsecuencia a los designios imperiales y de una insensatez política que rayan en la falta de sentido común. Es así como con cierta periodicidad, los gobernantes de Nicaragua (sin importar su filiación ideológica) reclaman el territorio de Guanacaste en la condición de una área que les pertenece, como si ese no fuera el hábitat de una laboriosa población que si bien comparte muchos elementos étnicos y culturales, con sus vecinos de Rivas y Granada, es la única dueña de sus lares y sólo a ella, sin presiones de nadie, es a quien le corresponde decidir sobre su destino, dejando de lado las posturas interesadas de los gobernantes de turno de uno y otro país, las que sólo se presentan como incluyentes de acuerdo con sus momentáneos intereses. En estos tiempos de la globalización neoliberal se requiere establecer un equilibrio entre lo local, lo nacional y lo regional para entender estas dinámicas de la gran diversidad de actores e intereses en juego, por lo que nuestros acercamientos y lejanías hacia Guanacaste y Chiriquí son un intento de reflexionar sobre lo que ocurre en esta época teniendo en cuenta aquellas perspectivas que desde lo local y lo regional no son reductibles a las percepciones e intereses de las elites del poder, difundidas y repetidas hasta la saciedad por los medios de (in)comunicación social, en cada uno de los estados nacionales de la región.

También Chiriquí (y Bocas del Toro) fue, allá por los años 1920, objeto de conflictos fronterizos artificiales fomentados al amparo de los intereses de las empresas bananeras estadounidenses y que terminaron, al igual que empezaron, bajo los designios e interesadas maniobras imperiales de la potencia ubicada más al norte del continente. Nada más triste que la manipulación de que fue objeto la población de Chiriquí, a raíz de la sangrienta invasión estadounidense del mes de diciembre de 1989, cuando desinformada y desesperada por las manipulaciones  y atropellos del dictador de turno, el agente de la CIA Manuel Antonio Noriega y el jefe militar en la ciudad de David, Luis del Cid, también al servicio de la misma agencia estadounidense, terminó aplaudiendo a los marinos yankis que se paseaban por sus calles después de haber asesinado a casi un millar de panameños, en la capital del país y en la zona del canal, en procura de limpiarse la cara secuestrando al que fue su hombre en Panamá, encargado de ayudarles a financiar con los recursos del narcotráfico a la contrarrevolución en Nicaragua (el llamado affaire Iran-Contras, ejecutado por la inteligencia militar estadounidense, durante la presidencia de Ronald Reagan) y destruir así la herencia patriótica y antimperialista del general Omar Torrijos Herrera y los mártires del 9 de enero de 1964. En uno y otro caso se ha jugado con algunas dosis de separatismo y posturas ideológicas propias de la derecha conservadora, aunque a veces se presenten como de izquierda o antimperialistas, cuando lo que buscan en realidad es fortalecer y legitimar sus políticas al servicio del capital transnacional y de la banca internacional.

La actual provocación de los gobernantes de Nicaragua, en realidad pura retórica vacía, pone felices a los corifeos del neoliberalismo criollo, sobre todo porque les permite dar rienda suelta a toda la maldad de su corazón, siempre al servicio de los intereses que procuran la concentración de la riqueza, en desmedro de las grandes mayorías de la región, lo que en el caso de Costa Rica quiere decir pasar al tercer gobierno del régimen de la dictadura en democracia y volver al bipartidismo del PLUSC, responsable de la bancarrota de la seguridad social en Costa Rica y del asalto final a su institucionalidad democrática. En ese coro de las ranas, de los seguidores incondicionales  del régimen imperante no hay ningún interés ni amor alguno por el Guanacaste real, el que sólo le pertenece a sus habitantes de carne y hueso.

VIII

Estamos ante el caso de dos provincias, con una significativa extensión territorial, formando parte de dos estados-nación con una importante frontera común, que marcaron momentos decisivos de la historia de la consolidación de la ciudad de Puntarenas, como el principal puerto del Pacífico Costarricense y del poblamiento contemporáneo del llamado Sur Costarricense o Zona Sur, un proceso dentro del que jugaron un papel de primer orden las migraciones provenientes del centro de Chiriquí hacia Coto Brus y Buenos Aires, como un flujo migratorio que se movió de este hacia oeste y de oeste a este, siguiendo hacia el sur, en el caso de la gran migración laboral guanacasteca(y nicaragüense) hacia las regiones bananeras, habilitadas en Golfito, Palmar y Quepos, durante los últimos años de la década de los 1930, las que junto a las plantaciones de la también empresa bananera Chiriquí Land Company en una área vecina de la provincia de Chiriquí marcaron, de manera profunda, todo el panorama geográfico y la historia económica y social de una extensa región con amplios sembradíos de banano hacia las áreas costeras y dentro de territorios que se internan dentro de las fronteras de Costa Rica y Panamá, con la Punta Burica, el Golfo Dulce y la Bahía de Charco Azul como los elementos geográficos que más se destacan, dentro de las irregularidades que presenta esta parte meridional de la Costa del Pacífico en la América Central.

Desde luego, que para entender mejor estos procesos hemos acudido a hablar de un poblamiento contemporáneo de esta región, pero sin olvidar que ha estado habitada desde hace miles de años por los pueblos originarios quienes fueron de verdad sus primeros pobladores, un hecho esencial que tendemos a olvidar en muchas oportunidades y que tiene consecuencias prácticas para los seres humanos concretos, como algo que nos conduce a cometer grandes injusticias al desconocer la esencia pluriétnica de la conformación de estas sociedades de frontera tanto política como cultural, sometidas a intensos procesos de mestizaje que se remontan a los tiempos coloniales, sin olvidar por ello que nuevas expresiones coloniales o neocoloniales irrumpen en cada nueva coyuntura histórica, llevándonos a ignorar o a excluir a quienes tuvieron y continúan teniendo una parte muy activa, con su quehacer cotidiano, en la conformación del rico paisaje humano regional. La tarea de descolonizar nuestra propia mente sigue pendiente, pues aún no hemos podido liberarnos de las visiones impuestas por las élites del poder local y regional que nos impiden captar lo que de verdad ocurre en nuestro propio entorno, llevándonos a construir visiones mutiladas de ese acontecer como cuando algún estado nacional, mediante el discurso de sus gobernantes de turno, reclama para sí un determinado ámbito que en realidad es un territorio que sólo le pertenece, en estricto sentido, a sus habitantes como hacedores de una historia que es  el resultado de un largo proceso, dentro del que actúan múltiples factores y se expresa una gran variedad de intereses.

IX

El desenvolvimiento creciente de la actividad turística, vista en términos de la alta rentabilidad y la intensa explotación de los recursos naturales de las áreas costeras, hizo su presencia a lo largo de las tres últimas décadas en el Guanacaste, provocando intensas transformaciones en términos de la propiedad de la tierra y el acceso a las áreas costeras como los manglares y playas, pero también en la estructura de empleo y el modelo de sociedad que determinadas relaciones de tipo laboral y comercial han venido forjando, además de los graves problemas que viene planteando el uso abusivo del agua por parte de los megaproyectos hoteleros, dentro de una situación que se ha convertido en una amenaza para las comunidades, algunas de las cuales han dado intensas luchas por ese motivo. El guanacasteco ha dejado, en muchos casos, de ser propietario de su tierra para convertirse en empleado de las cadenas hoteleras sin grandes posibilidades de mejorar su situación social y económica, una situación que se proyecta de manera ominosa para las generaciones que vendrán.

La falta de un desarrollo turístico más armónico con la naturaleza y que termine dejando más valor agregado en beneficio de los habitantes de Guanacaste, permitiéndoles ser propietarios de sus propios proyectos (diferentes de los faraónicos hoteles construidos por algunas empresas transnacionales, dedicadas al negocio turístico), para lo cual habría que dotarles de recursos financieros y ayudarles a mejorar su capacidad de gestión, son acciones que podrían empezar a cambiar este panorama en el orden de lo social y económico, dentro de una región o provincia que dada su poca generación de empleo ha terminado por expulsar a muchos de sus habitantes, debiendo la juventud emigrar a otras regiones del país o abandonar el territorio nacional, dentro de un desarrollo (aunque el término es de por sí ya una expresión poco feliz y nada esclarecedora) que se ha convertido más bien en un antidesarrollo autodestructivo, al privar a sus habitantes de los beneficios potenciales que ofrece su extenso y rico territorio, los que les permitirían mejorar en alto grado su calidad de vida. Esperamos que Chiriquí no siga por ese camino en el caso de que se intensifique la explotación turística de sus recursos y bellezas naturales, como parecen mostrarlo las intenciones del presidente panameño Ricardo Martinelli y su amigo, el político costarricense Antonio Álvarez Desanti.

X

El patrioterismo es como una plaga y resulta muy difícil no sucumbir a sus cantos de sirena, tal y como lo ha demostrado la errática y fanatizada conducta de muchos costarricenses vallecentralinos, inducida por los medios de (in)comunicación social, a propósito de unas declaraciones del actual presidente nicaragüense sobre una pretendida reclamación, por parte de su país del territorio de Guanacaste. Bueno ¿Y sus habitantes, aquellos que han amado  esa tierra y la han engrandecido con el fruto de su trabajo (no siempre bien repartido) y sus creaciones en el campo de la cultura, no son acaso los más autorizados para referirse al tema? ¿Qué es lo importante a considerar aquí: el territorio o los habitantes? Ingrato es el habitante del país central, tan ajeno a los anhelos y reclamaciones del pueblo guanacasteco por más justicia social y por respeto a su identidad, metas que están muy lejos de haberse conseguido, a pesar de las luchas del doctor Francisco Vargas Vargas y otros ilustres guanacastecos de otras generaciones, dentro de lo que fue aquel estallido de la conciencia de miles de trabajadores guanacastecos, de a caballo, allá en 1936 y que fue tan bien recogido en aquella novela de Hernán Elizondo Arce(1921-2012 de grata memoria) titulada Memorias de un pobre diablo, cuya publicación se remonta al año de 1963 y recibió el premio Aquileo Echeverría, en la rama de novela, del año 1964.

En el inconsciente de muchos vallecentralinos (por darles algún nombre) patrioteros parece haber un discurso implícito hacia el pueblo guanacasteco, en el que se dice algo así como: “De la patria por su voluntad, pero dejen de ser como eran a partir de sus raíces que se hunden en su lejana historia precolombina y colonial, traten liberianos y vecinos de La Cruz de no parecerse a la gente de Rivas y Granada, aunque tengan familiares allá, compórtense como josefinos o cartagineses, abandonen su cultura regional y los veremos como cualquier otro tico, dejen de ser el otro diferente, pues sólo existe la Costa Rica caucásica de los liberales del siglo XIX y en cuanto al territorio bueno, ese factor lo tenemos para negociar(entiéndase regalárselo al capital transnacional), especialmente en lo que se refiere los recursos del agua, las playas y los manglares”.

Para los patrioteros de moda, a quienes poco les importa el pueblo guanacasteco y su rica cultura mestiza, parece haber llegado el momento de blindar al régimen neoliberal de la dictadura en democracia, para que dentro de los próximos cuatro años y en su tercer gobierno, pueda seguir saqueando las instituciones del país y empobreciendo a la población, a partir de los dictados del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Por último, si hay guanacastecos que quieran tomar parte en la comedia patriotera es porque todavía no hemos podido descolonizar nuestras mentes, ellos son la mejor demostración del colonialismo hacia adentro del país y de las secuelas que deja el clientelismo entre un pueblo laborioso, pero cada vez más empobrecido.

XI

Cartagos y no cheles, como se acostumbra llamarles en El Salvador y en la región del Pacífico de Nicaragua, es el nombre guanacasteco para aquellos coterráneos suyos, de tez más clara, que emigraron desde los Valles Centrales y se instalaron, de preferencia, en algunas localidades de la parte alta de la provincia, para formar con el paso del tiempo los llamados cantones de altura. Lo anterior es el resultado de la gran diversidad de climas y poblaciones que conforman la provincia de Guanacaste, las que representan-por así decirlo- su perfil étnico más nítido, lo más representativo de su identidad, lo que dicho de otra manera, significa que nos estamos refiriendo a las singularidades que la definen, dando lugar a una gran riqueza en términos humanos y culturales, donde sus habitantes se reconocen como parte de esa diversidad.

De esta manera, fue como algunas áreas de esta región formaron parte de las llamadas fronteras agrícolas, las que fueron colonizadas por habitantes de los valles centrales de Costa Rica, sobre todo a partir de la década de los 1930, nos encontramos con el surgimiento de cantones como Hojancha, tan próximo a Nicoya o Tilarán, en las estribaciones de la Cordillera de Guanacaste, en unos territorios que fueron poblados por cartagos (probablemente por alusión a la vieja capital colonial del país), una población de tez blanca o caucásica proveniente de San Ramón u otras localidades del centro del país, que terminó por imprimirles su perfil étnico. Uno de ellos, sin embargo, fue mi tío abuelo Adán Castro Espinoza, un ramonense de cepa, quien después de administrar una finca de mi abuelo materno en Cabo Blanco, allá por los 1920, hizo del cantón de Santa Cruz su hábitat y allá dejó una extensa descendencia, de la que no se si algún día podré conocer a algunos de ellos(as).

En contraste con la poblaciones más antiguas de esa región, frontera sur de las culturas mesoamericanas que es la Península de Nicoya, estos cartagos si bien venían de otras partes del país terminaron por fusionarse muy rápido, a partir de las múltiples vivencias compartidas, con aquella otra población de tez morena o negra que hunde sus raíces en las sucesivas culturas que emigraron desde el centro del actual México o de la que vino desde África, aun en contra de su voluntad. A ese Guanacaste, dedico con amor estas líneas y no al de los ridículos patrioterismos de las élites regionales, interesadas en la defensa de una presunta soberanía territorial que tienen la costumbre de entregar a los intereses imperiales de otras latitudes y a ciertas empresas transnacionales, cuyos personeros mandan aquí más que los hijos de esta tierra. Prefiero en esto, hablar de los habitantes y no de los territorios, haciendo paráfrasis del viejo lema del anarquismo catalán “Paz a los hombres, guerra a las instituciones”.

XII

Los imprecisos recuerdos familiares lo describen como un viajero infatigable entre algunas localidades del área costera de Chiriquí y la península de Nicoya, recorridos que el y sus padres hacían en esas embarcaciones a vela, a las que se les llamaba bongos, un nombre que casi no escucha en nuestros días, hacen que resulte un tanto incierto decir donde fue que nació Manuel María Cedeño Quintero(¿1879?-1955), que vino a la vida como colombiano o neogranadino, pero que en realidad fue un inquieto hijo del campesinado chiricano que dio sus primeros pasos en la vieja población de Alanje, no muy distante de la ciudad de David o tal vez en la localidad de Paquera, allá en la Península de Nicoya. Entonces no existía como tal el estado-nación de Panamá y muy probablemente peleó, siendo todavía muy joven, en la cruenta guerra colombiana de los Mil Días (1899-1902), militando en las filas del Partido Conservador, fundado por Simón Bolívar, que fue derrotado en el istmo por los liberales, cosa que como se sabe no ocurrió en el resto de Colombia, donde los liberales fueron vencidos en el Valle del Cauca, el Tolima, Boyacá y los Santanderes los eternos escenarios de la violencia colombiana. Se afirma que tuvo que huir, atravesando los bosques de la región fronteriza y desde entonces su vida transcurrió en la Comarca de Puntarenas, la que al cabo de pocos años pasó a ser una de las siete provincias de Costa Rica, en cuya cabecera portuaria llegó a tener una importante jabonería, durante un par de décadas. Hacia el final de su vida regresó de nuevo a la frontera que había dejado en su juventud para ser uno de los primeros colonizadores de las tierras altas del hoy cantón costarricense de Coto Brus. A este mi abuelo chiricano, lo recuerdo ya muy anciano sentado en una vieja silla de madera, de color azul, después de haber sufrido un derrame cerebral que lo dejó sin habla y con una movilidad reducida. Me parece que en nuestra casa siempre móvil, pues cambiábamos con frecuencia de domicilio para alquilar uno nuevo, dentro de lo que fue el espacio que compartía con mi madre y mis abuelos, había una pintura retrato del libertador Simón Bolívar, cosa de la que ya no estoy tan seguro(¿lo habré soñado acaso?), pero que no carece de verosimilitud pues  el viejo militó en las filas del conservadurismo neogranadino fundado por Bolívar, durante aquella guerra colombiana del cambio de siglo anterior al que acabamos de pasar, en tanto que el liberalismo como expresión política en Colombia fue una creación de Santander, en la década de los 1830.

XIII

Cuando vienen a nosotros las evocaciones que suscitan los nombres de los territorios, enraizados en las viejas toponimias elaboradas por los pueblos originarios que los poblaron durante miles de años y sacaron del diario vivir, a lo largo de esos inmensos períodos de tiempo, toda una gama de los más diversos conocimientos, a partir de los que pudieron nombrarlos, llamándolos Guanacaste o Chiriquí para el caso de estas regiones, hoy convertidas en el objeto de nuestra reflexión, conviene hacer un alto y recordar algo que resulta ser esencial: son las gentes y no los territorios lo más importante a considerar, a pesar de la seducción que ejerce sobre nosotros la gran variedad de imponentes y bellos paisajes que los conforman. Por otra parte, fueron estas gentes las que los hicieron suyos de mil maneras, pero no en el sentido de la propiedad privada de la tierra tan caro a la civilización en que vivimos, estos inmensos espacios que los marcaron al darles sus ciclos de vida con el agua, las plantas comestibles, medicinales y ornamentales que tardaron siglos en descubrir y tornarse hábiles en su empleo, pero sobre todo con la bella arquitectura de los bosques con sus gigantescas construcciones arbóreas, hoy por desgracia desaparecidas en su gran mayoría, al igual que la rica y diversa fauna que pululaba por sus senderos o en las copas de los árboles.

Hoy todavía subsiste la tensión entre la cosmovisión y los modos de vida, propios de los pueblos originarios con las de los habitantes mestizos, por lo general más cercanos a las visiones e intereses de las élites de unos estados nacionales que surgieron mucho después y que no alcanzan a tener dos siglos de existencia. Los bosques fueron explotados y quemados en su gran mayoría durante la repoblación contemporánea de estas áreas impulsada por parte de las poblaciones mestizas que venían impulsadas por el evangelio del progreso ininterrumpido que se predicó desde Europa, a lo largo de los últimos tres siglos. La banca nacional de los nuevos estados se encargó de dar impulso a las supuestas mejoras de los terrenos, dentro de lo equivalía a ponerle fin a los equilibrios que la naturaleza construyó a lo largo de siglos, para dar paso a la ganadería intensiva devoradora de bosques, donde casi acabaron con el palo Brasil de gran importancia en la economía regional y también con otros espacios territoriales que pudieron haber tenido un uso agrícola más acorde con la naturaleza. Fue así como surgió, durante la primera mitad del siglo XX, una ganadería expansiva pero también emblemática y cargada de simbolismos regionales que, al fin y al cabo, resultó ser promotora de la expulsión de muchos de los viejos habitantes de la llanura al generar muy pocas posibilidades de empleo y medios de vida dignos para ellos, razón por la que emigraron en gran número hacia el centro del país o hacia las nuevas áreas de explotación bananera, sobre todo hacia el centro y el sur de la provincia de Puntarenas.

Los procesos y ajustes que la naturaleza llevó a cabo, con el paso de los siglos, pero sobre todo con la presencia silenciosa y mucho más respetuosa de los pueblos originarios, autores de buena parte de la toponimia con la que se conoce a estas regiones, a los poblados, ríos, montañas y otros parajes cuyas acciones fueron mucho más armoniosas que las de los mestizos que los sustituyeron con sus dinámicas agrícolas, mineras o pecuarias que vinieron desde afuera de la región, permitiendo extraer mucha riqueza en beneficio de unos pocos extranjeros o locales y dejando, con el paso del tiempo, una gran pobreza y desolación como sucedió con la minería de Abangares (v.gr. Antonio Castillo Rodríguez  LA GUERRA DEL ORO Tierra y minería en Abangares 1890-1930 Editorial Universidad de Costa Rica 2009), el algodón o la ganadería intensiva en otros cantones como Liberia, Cañas o Bagaces, como asimismo en los de la bajura conformada por la extensa cuenca del Río Tempisque, la   que representa todavía una importante área de cultivos.

XIV

Las ciudades como David, capital de la provincia de Chiriquí  o Liberia, cabecera de la del Guanacaste, dentro de un estado nacional para el caso de la segunda de ellas, en donde esa división político-administrativa se tornó anacrónica por muy diversos motivos, son ahora espacios urbanos que han experimentado enormes transformaciones durante las últimas décadas, no siempre destinadas al bienestar de sus habitantes. De aquella bella y todavía bucólica ciudad de David con sus hermosas y no muy altas edificaciones que rodeaban al parque Cervantes, con la vieja y elegante casona de cemento, pintada de blanco y con tejados que albergó a la estación de radio La Voz del Barú, durante muchos años y los pasillos techados en buena parte de sus aceras o calzadas puede decirse que no queda casi nada de ello, excepto en nuestros recuerdos. La religión del progreso  (y el mercado total) también trastornó a los chiricanos y ahora, donde una cierta estética había plasmado un armonioso conjunto de edificaciones no muy altas encontramos una serie de edificios altos, dentro de lo que constituye una verdadera colección de cajones destinados, al parecer a asfixiar al mismo parque y a las pocas plantas que todavía conviven en el, como un espacio en donde predomina el cemento de unas calzadas y de unos maceteros, siempre mucho más visibles que el verdor vegetal. Cuando se viaja desde Paso Canoas hacia la ciudad de David podemos notar a nuestra derecha y ya muy próximas a la ciudad, las instalaciones del Mall Chiriquí encargadas de llevar a la población chiricana hacia los goces y las epifanías que producen las nuevas religiones de la postmodernidad, con sus tiendas y vitrinas, pero sobre todo por la pasión por el acto de comprar que ejercen a cabalidad unos pocos o la del de ver las vitrinas, como  única opción posible para un buen número de sus asiduos visitantes.

La ciudad de Liberia, llamada también la Ciudad Blanca, al parecer por el conjunto de edificaciones en adobe y encaladas que prevalecieron durante muchas décadas en su casco urbano, también entró en la era de la hipermodernidad y de la religión del mercado, con sus cánticos al progreso y su no tan sutil rechazo a la tradición, dando lugar a una combinación de centros comerciales, todavía no tan gigantescos ni tan altos como los de la ciudad de David y algunas avenidas de dos carriles, pero donde a partir de la entrada a la ciudad predominan los símbolos de los locales de comida rápida o fast food que han terminado por sustituir a los de las viejas artes culinarias de esta región guanacasteca, alejándola de sus profundas raíces mesoamericanas y hundiéndola en las del mundo globalizado. En el centro mismo de Liberia conviven algunas expresiones arquitectónicas tradicionales con otras de tipo comercial que reflejan una tendencia acusada del comercio del cambio de siglo de hacer cajones de cemento de uno o dos pisos, mientras que la vieja Liberia subsiste en los balcones y fachadas de algunas viejas casas tradicionales, de adobe y pintadas de blanco, en un área próxima a la parroquia y en el edificio de la Escuela Ascensión Esquivel, cuya construcción se remonta a los primeros años de los 1900, con los estilos propios de ese ahora lejano cambio de siglo, al igual que el antiguo cuartel liberiano próximo al parque, por cierto no muy lleno de árboles. Los edificios de la McDonald y otras ventas de comida rápida que predominan en la entrada de esta ciudad parecen confundir a quienes laboran allí, como cuando se nos ocurrió preguntarle a un empleado de la transnacional por el puente de La Amistad, construido en el Río Tempisque con fondos de la República China de Taiwán, como parte de la carretera que une a Nicoya con Abangares sin tener que pasar por Liberia, de tal manera que el desorientado joven al parecer nunca había oído hablar de semejante obra. La rápida aculturación de los habitantes de estas ciudades parece ser un daño colateral inintencionado de los presuntos desarrolladores de la región, quienes construyeron el Mall Liberia como una edificación que se puede observar hacia la derecha cuando se está a punto de entrar a la ciudad si se viaja desde el centro del país, la que a semejanza de lo que ocurre con el Mall Chiriquí parece ser un santuario secular por el que hay que pasar, antes o después de visitar ambas ciudades.

XV

Colindante con el cantón costarricense de Coto Brus, su equivalente el distrito Renacimiento en la provincia de Chiriquí (el distrito panameño equivale al cantón costarricense) está conformado por tierras altas y también es  un productor cafetalero de importancia. Se trata de una comarca cubierta todavía, en su partes más altas, de una importante cubertura vegetal con bosques primarios y secundarios, la que se puede apreciar formando un paisaje panorámico todavía agreste, al lado de algunos cafetales y sitios para la ganadería de leche, cuando se viaja por la carretera que va de Río Sereno, en la frontera hacia la localidad de Volcán, una vía que hemos visto siempre en perfecto estado. La población gnäbe, uno de los pueblos originarios más importantes de toda esta región le impone su sello a estos territorios y es frecuente ver a grupos familiares enteros de esta etnia dedicados a cuidar y a cosechar el café, pues el sello de la diversidad étnica se torna más definido a medida que nos internamos en la provincia de Chiriquí.

Las tierras altas de Chiriquí conforman un impresionante ecosistema, caracterizado por la gran fertilidad de sus tierras y una serie de esplendorosos paisajes ubicados en una zona cordillerana, donde el Volcán Barú o Volcán de Chiriquí, con sus 3475 metros sobre el nivel del mar, representa el punto más alto de la Cordillera de Talamanca o Cordillera Central de Panamá, la que separa a las provincias de Limón y Puntarenas del lado de Costa Rica y a las de Chiriquí y Bocas del Toro, una vez que se interna en territorio panameño. Las localidades de Volcán, pero sobre todo la de Cerro Punta, ubicadas hacia el oeste del macizo volcánico, son un emporio de la producción de hortalizas y toda clase de productos agrícolas, dada la fertilidad de sus suelos de origen volcánico. Hacia el este de la inmensa mole volcánica que puede apreciarse desde la frontera, en localidades como Sabalito y Cañas Gordas, hasta algunos puntos del oriente de Chiriquí, desde donde se distingue como un diminuto cerro, se encuentra la localidad de Boquete, una bellísima concentración urbana, rodeada de bosques y cafetales, al lado de sembradíos de flores, que está atravesada por el Río Caldera, cuyo caudal parece pequeño durante la estación seca pero que le ha dado tremendos sustos a los boqueteños durante la estación lluviosa, cuando desciende furioso desde los puntos más altos de la cordillera, arrastrando las pesadas piedras del fondo de su lecho. Este paisaje terminó por atraer a muchos europeos y estadounidenses que se han afincado allí, al igual que algunos panameños provenientes del interior de la república y de la gran presencia de la población gnäbe, al lado de un importante grupo de habitantes mestizos chiricanos que la han engrandecido con su laboriosidad.

Se trata de unas tierras altas que han retenido todavía en  gran parte su verdor, a diferencia de lo sucedido con las de Tilarán, en las alturas de la Cordillera del Guanacaste, donde grandes extensiones de potrero son el mejor testigo de la desaparición casi total de la cobertura vegetal, un hecho ocurrido durante la primera mitad del siglo XX, como resultado de las llamadas políticas de desarrollo que terminaron por acentuar las diferencias climáticas con las vecinas tierras del cantón de San Carlos, próximas al Volcán Arenal y que a pesar de la deforestación tienden a retener algunas áreas de bosque nuboso tal vez favorecidas, al igual que en Monteverde,  por un clima más húmedo que el del Litoral Pacífico del Guanacaste. Esperamos seguir haciendo notar estos acercamientos y lejanías entre dos territorios, cuyos habitantes no han logrado percibir que son más cercanos entre sí de lo que muchos de ellos han podido imaginar alguna vez, aunque el problema reside en que difícilmente hubieran podido planteárselo siquiera como una simple curiosidad, por el hecho de estar encandilados por las luces de los reflectores de la Ciudad de Panamá y San José.

XVI

Guanacaste ha figurado durante estas últimas semanas en las informaciones y en los comentarios de los medios de comunicación social de Costa Rica y de Nicaragua, a partir de unas imprudentes y desafortunadas declaraciones del actual presidente nicaragüense acerca de una presunta soberanía territorial que su país tendría, o tuvo alguna vez sobre el territorio guanacasteco, a pesar del hecho histórico de sobra conocido, de que se trata de un tema dirimido ya, de manera definitiva, durante la segunda mitad del siglo XIX. La dosis de cinismo de algunos y el ciego patrioterismo de otros los lleva a hablar, de manera exaltada, de reclamaciones territoriales entre estados un tema en cuya discusión se regodean, porque en este caso como en el de los habitantes de las regiones fronterizas en general, no se tienen en cuenta ni los intereses ni las opiniones de las personas que habitan en ellas. En realidad a ninguno de estos patrioteros, no importa si son costarricenses o nicaragüenses, les importa el sentir del pueblo guanacasteco en general, ni tampoco el de los habitantes de Peñas Blancas, Upala, Barra del Colorado, Los Chiles, Paso Canoas, La Cuesta o Cañas Gordas que no pueden titular sus tierras a 200 metros de la línea fronteriza, razón por la que no pueden ser siquiera sujetos de crédito del sistema bancario nacional, a diferencia de lo que ocurre en los dos estados-nación limítrofes con Costa Rica.

Apreciamos y respetamos el aporte histórico y cultural del pueblo de Guanacaste, las gentes que han venido forjando las riquezas de esa región mucho más que sus diez mil kilómetros cuadrados, convertidos en una especie de botín a disputar, de manera retórica, con cualquiera de los gobernantes del país vecino cuando por inconfesables intereses, especialmente de algunos poderes fácticos, vuelven a colocar el tema en un primer plano. Desde luego que no faltan, por desgracia, los guanacastecos serviles hacia los poderes centrales de Costa Rica, unas gentes manipuladas por el clientelismo y que parecen haber confundido anexión, como un acto resultante del pleno ejercicio de la voluntad popular, con sumisión o aniquilación de la propia voluntad de poder frente a los oscuros designios de la razón de estado.

Tal pareciera que los actuales gobernantes de Nicaragua quisieran cooperar, de manera activa, con el desprestigiado régimen de la dictadura en democracia cuya segunda administración (la de la presidenta Chinchilla Miranda) está a punto de concluir¿ será acaso que decidieron cooperar para que se pueda seguir llevando adelante la agenda neoliberal en Costa Rica? En cuando a Guanacaste preferimos reiterar que esa hermosa región pertenece solo a sus seculares habitantes, cuya presencia en esa tierra se afinca en su lejana y rica historia que se remonta a los tiempos prehispánicos y a las sucesivas migraciones, provenientes de los actuales territorios del centro de México y el resto de la América Central.

XVII

La presencia de una dualidad que se expresa en términos culturales y existenciales es una característica esencial, presente dentro del factor humano en las dos provincias de que nos hemos venido ocupando, solo que ese dualismo difiere en el grado de importancia asumida y en las características o singularidades que presenta en cada caso y habrá que investigar, discutir y reflexionar mucho sobre tema para establecer la importancia de las manifestaciones del fenómeno y de sus alcances, especialmente a lo largo de las décadas más recientes, un período dentro del que se han acelerado las transformaciones en el campo de la cultura, una dinámica sustentada en la irrupción masiva de nuevas tecnologías en el campo de la comunicación.

Dado lo anterior y siguiendo con estas consideraciones, no cabe duda alguna que en el presente histórico de Chiriquí, para ocuparnos de este caso, existe –por así decirlo- a flor de piel una tensión entre lo comunal y lo societario, las maneras de producir en el agro y de relacionarse con la naturaleza que mantienen los pueblos originarios y las de la sociedad mestiza criolla más inclinada hacia la modernización capitalista del agro y al uso del suelo para la ganadería intensiva, lo que dicho de otro modo quiere decir el antagonismo (pero también complementariedad) entre los dos componentes poblacionales más importantes de esta rica provincia del oeste panameño y limítrofe con Costa Rica, dentro de lo que constituye un factor que no puede ser ignorado, si es que queremos captar lo que, de verdad, ha venido ocurriendo en esa región.

En el caso de los primeros, se trata de un conglomerado de gentes que han vivido en esta región por un lapso de al menos ocho mil años, de una etnia que ha intentado mantener intactos sus estrechos lazos con los diversos ecosistemas de la región, reproduciendo su organización social y sus liderazgos comunitarios, dentro de un largo proceso que no ha estado extenso de tensiones de todo tipo, a medida que los gnäbes-buglés y otros grupos étnicos han entrado en contacto con la modernidad y con la acelerada hipermodernidad en este nuevo cambio de siglo, para bien o mal, en cada caso y dentro de una larga lucha de resistencia que culminó en la conformación de la Comarca Ngäbe-Buglé, la que ocupa un amplio vértice territorial segregado de las provincias de Chiriquí, Veraguas y Bocas del Toro gobernado por autoridades elegidas por los pueblos originarios, lo que no excluye la presencia masiva de esta población, especialmente en los casos de Chiriquí y Bocas del Toro.

El otro elemento poblacional, presente de manera decisiva en el universo chiricano, es la población mestiza que surgió durante los siglos de la dominación colonial europea y en medio de las tensiones entre las poblaciones del istmo, por un lado y las autoridades centrales de Colombia, por el otro, a lo largo de todo el siglo XIX, entre ellas las originadas por las secuelas de la Guerra Colombiana de los Mil Días (1899-1902), entre liberales y conservadores, cuya manipulada conclusión por parte de los intereses de Washington  condujo al nacimiento del estado-nación de Panamá, a partir de 1903, como resultado del rapto imperial de los Estados Unidos que condujo a la conclusión, por parte de ese país, de las obras del canal interoceánico, iniciadas por Ferdinand de Lesseps y la Compañía Francesa del Canal, a partir de 1881. La población mestiza se ubicó en los centros urbanos más importantes de la provincia, pero también en las áreas destinadas a las actividades agropecuarias de más volumen, tal y como sucedió en localidades como Gualaca y Dolega consagradas durante mucho tiempo a la actividad ganadera, pero en general ocupando las tierras más fértiles en las planicies y en algunas áreas montañosas hacia el occidente de la Cordillera Central, especialmente en las faldas este y oeste del gigantesco Volcán Barú que aparece como el elemento visual dominante del paisaje de esta región.

XVIII

La lejanía y la cercanía de perspectivas entre Guanacaste y Chiriquí se expresa de muchas maneras, las que en ocasiones no resultan perceptibles de manera transparente e inmediata, sobre todo porque se trata de contar con otros elementos que no sean solo tener el estado-nación como unidad de análisis o punto de partida, en el tanto en que este procedimiento en procura de ampliar el horizonte del análisis nos podría permitir captar y poner en primer plano una serie de dimensiones de la realidad que hasta ahora han estado oscurecidas. Como un ejemplo de lo que hemos venido afirmando tenemos la historia de las migraciones e intercambios entre sus habitantes, no siempre situada en una perspectiva visible y reconocida desde los círculos oficiales del poder en dos de los estados del istmo que conforma la América Central. Son precisamente algunas áreas geográficas muy importantes, como es el caso del Golfo de Nicoya, los puntos de contacto entre los emigrantes, tanto mestizos como de los pueblos originarios que van y  vienen, los ámbitos que propician los intercambios culturales, a que dan lugar estos procesos dentro de la historia regional y en la consolidación de poblaciones como el Puerto de Puntarenas, Quepos, Parrita, Buenos Aires, Potrero Grande y Puerto Jiménez con la intervención de numerosas familias guanacastecas y chiricanas, especialmente a lo largo de la primera mitad del siglo XX.

XIX

De aquel todavía mítico Guanacaste de la década los cincuenta del siglo pasado, cuando aun no había carreteras pavimentadas y adonde solo se podía arribar en lancha desde el Muellecito de Puntarenas hasta los puertos de Bolsón y Bebedero, próximos a Cañas, para seguir de allí a caballo por polvorientos caminos hacia las distintas localidades de esa extensa provincia, solo nos llegan los recuerdos de aquellas generaciones anteriores a las década de 1960, cuando la carretera interamericana comenzó a transformar, de manera radical, el paisaje y muchas de las formas de vida de sus habitantes. Uno de ellos, no necesariamente guanacasteco, llegado desde los valles centrales del país, después de una intensa experiencia en el movimiento estudiantil universitario de la época fue mi recordado amigo, don Luis Alberto Jaén Martínez (1925-2011), quien como inspector de trabajo recorrió a caballo los caminos y veredas de la provincia, durante los primeros años de la década de los cincuenta, visitando las fincas y otros ámbitos laborales para constatar las infracciones a la legislación laboral contenida en el Código de Trabajo, en procura de defender e impulsar la aplicación de esas leyes haciéndole ver a los patronos y a los trabajadores sus deberes y derechos que era preciso conocer, a partir de la experiencia adquirida en cada caso. Su tenaz labor que muchas veces culminaba en altas horas de la noche, cuando conseguía por fin arribar a Nicoya o Santa Cruz después de largos recorridos a caballo bajo la lluvia y el sol inclemente de la región, constituye un digno ejemplo para las jóvenes generaciones de un hombre que luchó, hasta el último de sus días, por construir un mejor mundo y una mejor humanidad sobre la base de la solidaridad y la lucha consecuente contra la injusticia social que reinaba(y sigue reinando) en el Guanacaste y por todos los ámbitos de la geografía nacional y regional, sólo que ahora bajo el sello totalitario del pensamiento único neoliberal. Sus afanes y luchas terminaron, con el devenir histórico, por unirse al recuerdo de aquel grito de del doctor Francisco Vargas Vargas en los últimos años de la década del 1930, para quien al igual que para don Luis Alberto el sabanero no era sólo parte esencial de una estampa folklórica, manipulable a conveniencia, sino un ser humano que tenía derecho a alcanzar mejores condiciones de vida en su beneficio y el de sus esforzadas familias.

Entre los grandes forjadores y difusores de la cultura del Guanacaste ancestral, al que hemos venido haciendo referencia, figuran nombres de guanacastecos ilustres, como fue el caso de don Adán Guevara Centeno (1913-1980) uno de los arquitectos de la guanacastequidad, al mismo tiempo que un destacado maestro normalista discípulo a su vez de Omar Dengo y cultor del folklore regional en calidad de compositor y ejecutante, quien dedicó buena parte de su vida, a lo largo de muchas décadas, a la lucha social y a la organización de los trabajadores o del don Jaime Goldemberg Pomeraniec (1907-1988), un emigrante europeo de origen bieloruso que después de muchas soportar muchas vicisitudes en distintos países de Europa y América Latina, a las que se enfrentó de manera creativa y valiente hizo de esa tierra su hogar, fundó una familia guanacasteca emparentada con la de Adán Guevara y participó como militante  en las luchas sociales del país y la región, la que también recorrieron a caballo en las largas jornadas de marcha por caminos alternativamente polvorientos o plagados de barro, en especial durante los largos inviernos cuando buena parte de la bajura se inundaba. Guevara y Goldemberg dejaron una importante descendencia que hoy los recuerda con cariño (En un bello y sentido texto Olga Goldemberg recuerda a su padre v.gr. Olga Goldemberg “Jaime Goldemberg Pomeraniec Apuntes de su vida” documento en la red).

Los descendientes de estos pioneros que conformaron las generaciones representativas del nuevo Guanacaste comunicado por vía terrestre, a partir de la década de los 1960, entre ellos sus hijos Olga y Max Goldemberg, dieron también sus aportes como un componente esencial de una generación que se expresó posteriormente, de muchas maneras, sobre todo en los ámbitos de la cultura nacional y regional, con la presencia de escritores, compositores e intérpretes musicales de extraordinaria calidad, como fue el caso del propio Max Goldemberg y de sus sobrinos, el  también escritor Jaime Gamboa Goldemberg y su hermano Fidel Gamboa Goldemberg, recientemente fallecido, cuya prematura partida fue lamentada en todos los círculos de la cultura en Costa Rica y en toda nuestra área continental.

XX

De tenaz, dura, persistente y heroica en muchos sentidos puede calificarse la vida de los pioneros del área fronteriza entre el sur costarricense y el oeste panameño, un poblamiento contemporáneo que fue obra sobre todo de campesinos chiricanos, por lo general desplazados de las áreas centrales de Chiriquí. Fueron estos colonizadores los más viejos habitantes de localidades como San Vito, Sabalito, Cañas Gordas y Agua Buena del actual cantón de Coto Brus, al igual que de otras situadas sobre la propia frontera dentro lo que constituye la llamada fila de cal panameña (para darle algún nombre) o de pueblos como Potrero Grande y Puerto Jiménez, un poco más alejados de la línea imaginaria que separa a ambas naciones.

No podía imaginar don Pedro Guerra Gallardo(1901-1992), aquel pionero de las regiones fronterizas entre Chiriquí y la costarricense comarca de Puntarenas, como la memoria de su larga vida, al lado de su esposa doña Marina Gutiérrez Caballero(1912-1992), luchando contra toda clase de carencias en aquella región agreste y boscosa, persistiría en el recuerdo de muchos vecinos de esa extenso territorio de frontera política entre dos estados, al cabo de casi un siglo, un largo período de tiempo transcurrido desde que se internó en esos bosques, allá por las décadas de los veinte y treinta del siglo anterior, después de dejar su natal Cerro Colorado en el distrito de Boquerón, una localidad situada entre David y Concepción y residir durante algún tiempo en Boquete, donde conoció a su esposa, quien lo acompañó en su larga aventura en las localidades fronterizas de Los Planes y Cañas Gordas, donde fundaron una numerosa familia que ha echado hondas raíces en ambos lados de la frontera. En cambio sí logró imaginar, no sin alguna dosis de espanto, como algún día las gentes de las ciudades comprarían el agua embotellada, aquel elemento abundante como una propiedad de todos que había visto deslizarse, límpido y transparente por las nacientes, quebradas y ríos de esa comarca, caracterizada por grandes pendientes, dentro de la que vivió la mayor parte de su vida, se convertiría en un producto por el que en lo sucesivo habría que pagar sumas de dinero cada vez más elevadas, dentro de lo que se constituyó en una distopía o antiutopía, propia de la hipermodernidad neoliberal en que vivimos.

Don Pedro fue durante muchas décadas para aquellos vecinos de los parajes fronterizos el policía, el bombero, el cartero y todo lo que significara in situ la presencia del estado nacional panameño, mientras que doña Marina fue, durante muchos años, la telefonista de Los Planes, pero también la educadora en múltiples áreas, entusiasta por la ganadería y la zootecnia actuó en ese campo, siendo en otras ocasiones la enfermera improvisada del lugar. Estuvo trabajando siempre desde su casa, conectada a una línea telefónica que desde las tierras bajas subía por la frontera pasando por Breñón, Los Planes, Cañas Gordas, Río Sereno y otras poblaciones de las tierras altas del Chiriquí fronterizo por lo que fue muy conocida en esa región. Sus numerosos hijos y descendientes, entre ellos Álvar, Ulises, Diznarda, Luis, Rosa, Pedro, Gladys y Roger se destacaron en diferentes ámbitos de la política y la cultura de la provincia de Chiriquí, durante las últimas décadas del siglo anterior y en el tiempo transcurrido, a partir del cambio de siglo recién pasado.

XXI

Los poderes centrales de los diferentes estados nación de la América Central, al igual que sucede en otras latitudes del planeta tienden a manipular, de muy diversas maneras, el tema del regionalismo y el patriotismo local para utilizarlos a su conveniencia, ya sea para estimularlos o restringirlos a partir de algunas situaciones coyunturales. De ahí que, de manera súbita, les viene el presunto amor por los habitantes o el territorio de determinada región que aseguran pertenece a la patria, la que sin embargo en vez de la madre parece resultar, en la mayoría de los casos, algo así como la madrastra del cuento de La Cenicienta. La contrastación de esas expresiones demagógicas y patrioteras no resiste el contacto con la realidad, por lo que la carrosa se convierte de nuevo en calabaza, en medio del silencio cómplice de muchos. En el caso que nos ocupa vemos a los guanacastecos y a los chiricanos llevar con orgullo su bandera regional, dentro de lo que constituye la exteriorización de un sentimiento al que tienen derecho y el que nosotros debemos respetar, sin creer por ello que estamos haciendo ninguna graciosa concesión a los otros diferentes, pero que son también nuestros hermanos.

XXII

Sucede que así como hay expresiones ya incorporadas a la memoria histórica, dentro de la categoría de lugares comunes o dicho de otro modo, aquellas frases u oraciones enteras que casi todo el mundo suele recordar y traer a cuento en cada ocasión en que lo considere oportuno, hay otras que permanecen en la sombra, a pesar de ser de gran utilidad para dar cuenta de lo que ocurre en una sociedad determinada y dentro de un cierto tiempo histórico o, al menos, dentro de la conciencia y los sentimientos individuales de algunos de los protagonistas de los procesos históricos, los que muy por el contrario de lo que solemos pensar están revestidos de una gran complejidad, sobre todo por ser la expresión más cabal de los sentimientos propios de la subjetividad humana.

En el ejercicio de las políticas de Estado esas expresiones están revestidas de una gran importancia, la que va mucho más allá de la real significación que pudieran haberles atribuido quienes las enunciaron en un momento determinado, tal es el caso de la conocida expresión DE LA PATRIA POR NUESTRA VOLUNTAD, formulada por quienes dentro del llamado Partido de Nicoya, decidieron en 1824, firmar su anexión al estado de Costa Rica, todavía en una condición embrionaria, sobre todo teniendo en cuenta que en esa época, cuando se produjo la ruptura con la dominación colonial española, no se habían consolidado los nuevos estados-nación, que habrían de surgir a partir de la disolución de la República Federal de Centroamérica, dentro del período del siguiente cuarto de siglo. Para expresarlo de otra manera, debemos reconocer que el sentido de esa expresión ha cambiado, de muchas maneras, a lo largo de los dos siglos transcurridos desde su formulación original, sobre todo porque el estado-nación contemporáneo es el resultado de una larga y compleja construcción social, de ahí la condición cambiante que asumen esa clase de expresiones para sus protagonistas. De esta manera, el estado-nación no es el ente sagrado e inmutable que pretenden algunos, dentro de algunas versiones de la religión civil contemporánea, sino que es una entidad moldeada por el quehacer y los sentimientos de los seres humanos concretos.

Las constantes migraciones llevan a que surjan otros protagonistas en la vida social, política y cultural de las regiones: se trata de aquellos que escogieron al Guanacaste o a Chiriquí como su patria chica después de desplazarse desde otros puntos de la geografía, no importa si a escala nacional o incluso planetaria, por lo que podría decirse que esta es como la cara contraria de este tipo de expresiones que se han tornado lugares comunes, a partir de los mitos que adornan y envuelven a la idea homogeneizadora del estado nacional. Es así, como a partir de una cuidadosa consideración de todos estos elementos, que nos damos cuenta de la riqueza de la noción de frontera cultural y de los procesos de mestizaje, donde es que aparece el escenario propicio para captar el sentido y las importancia de las expresiones del guanacasteco o el chiricano por su propia voluntad, dentro de lo que constituye un acto volitivo pleno de autenticidad.

XXIII

La dualidad o tensión existente entre las culturas indígenas y las mestizas en regiones como el Guanacaste y Chiriquí asume matices diferentes en cada caso, tal y como se ha hecho evidente a partir de las reflexiones que hemos venido compartiendo, a lo largo de varias semanas, en donde la presencia multitudinaria de los pueblos ngäbes ha dado un tono singular al paisaje chiricano en general y al surgimiento de la comarca ngäble-buglé en un área contigua, situada hacia el oriente chiricano, como una expresión de algunas políticas del estado-nacional panameño, mucho más respetuoso de la autonomía y la cultura de los pueblos originarios, como resultado de una historia que se remonta a 1925 cuanto al etnia de los kunas logró la autonomía territorial de la Comarca de San Blas, una experiencia que sirvió de base a las autonomías contemporáneas de otros pueblos originarios como los gnäbes y los embarrás, ubicados territorialmente en el Darién.

Mientras el estado-nación de Costa Rica ha marchado a la zaga y en veinte años no se ha dado ningún paso importante hacia la autonomía de los pueblos indígenas u originarios, en cumplimiento del convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la autoconstitución como un sujeto histórico de primer orden que se ha puesto de manifiesto entre los gnäbes, especialmente en las áreas próximas a las provincias de Chiriquí y Bocas del Toro, se ha constituido un elemento y una fuerte presencia capaz de modificar la agenda política de las elites mestizas panameñas.

En el caso de Guanacaste no aparece tan nítida esta tensión entre lo mestizo y lo propiamente indígena, en parte probablemente este último elemento permanece  casi oculto, a pesar de ser uno de los componentes esenciales presentes en la construcción de la guanacastequidad, dentro de la que exaltan los componentes de la cultura chorotega y la presencia de los chorotegas mismos, como los ancestros más importantes y de más valor simbólico para los guanacastecos contemporáneos. En comunidades como las de Matambú y otras localidades de la Península de Nicoya, un área en la que existe una significativa población longeva, la presencia de habitantes que se reconocen como parte de los pueblos originarios parece ser la excepción de lo que hemos venido afirmando, aunque constituye un tema sobre el que habría que investigar mucho más y discutir a fondo para establecer un panorama más claro, acerca de los alcances de la presencia efectiva de los pueblos originarios en la región guanacasteca. En general los habitantes de Matambú, que se reclaman como descendientes de los chorotegas, resienten la violencia y la aceleración de los procesos de aculturación que los han colocado al borde del límite de su postrera conversión, sin que haya ninguna acción concertada desde los poderes centrales para detener ese proceso.

La presencia mítica de lo chorotega, como parte de las tradiciones culturales mesoamericanas, de las que Nicoya constituye el extremo sur de su expansión a partir del centro del actual territorio de México, es mucho más fuerte dentro de la población guanacasteca mestiza, en contraste con la poca identificación con la existencia histórica de una importante población afrodescendiente que arribó al área en la condición de mano de obra esclava, durante los siglos de la dominación colonial española, especialmente entre los habitantes de los cantones de Santa Cruz y Nicoya.

Por todo lo anterior, se presenta una exacerbación de las diferencias sobre las semejanzas entre Guanacaste y Chiriquí, las que afloran de una manera dramática y dolorosa,  en este y en otros ámbitos de la vida social, política y cultural a considerar, puesto que el hecho evidente de la abrumadora presencia de lo gnäbe-buglé en el caso de Chiriquí, contrasta vivamente con lo que podríamos calificar como el arrinconamiento territorial y étnico cultural de los remanentes de la presencia efectiva de comunidades o grupos étnicos, descendientes de los chorotegas que poblaron durante muchos siglos esa vasta  región.

XXIV

El reconocimiento de las identidades locales se torna más complejo en la medida en que se fomentan algunos conflictos, la mayoría de las veces no tan reales, entre los estados nacionales de una región o área geográfica continental, tal y como sucede con cierta periodicidad en el istmo centroamericano. En las últimas semanas han recrudecido las informaciones acerca de un presunto diferendo entre los estados naciones de Costa Rica y Nicaragua, el que pareciera ubicarse en la necesidad simultánea de las elites del poder en ambos países de resolver serios problemas de legitimidad, a partir de la desconfianza creciente de sus habitantes hacia el clientelismo y la corrupción desenfrenada, tanto de sus líderes como de las camarillas de cortesanos que los rodean. Son discursos para tapar el abandono en que mantienen a las poblaciones de la regiones fronterizas, a las que incluso insisten en negarles la posibilidad de titular sus fincas, si estas se encuentran a 200 metros de la línea imaginaria que separa a un estado nacional del otro. Claro que esto solo ocurre en el caso de Costa Rica, un país donde quienes habitan en las proximidades de Nicaragua y Panamá son mantenidos en la condición de ciudadanos de segunda clase, a los que ahora han llegado al cinismo de ofrecerles concesionar esas tierras, en vez de la prometida titulación, a quienes han vivido y trabajado en ellas, por lo general en condiciones de vida muy duras y penosas, durante varias generaciones.

Resulta indispensable y obligado decir, una vez más, que lo más importante en la consideración de estos casos son los habitantes de una región determinada y el íntimo contacto que mantienen con ella hasta moldearla, de una manera bastante particular, por lo que resultan patéticos e hipócritas en gran medida los discursos patrioteros que se difunden, por parte de la gran mayoría de los medios de comunicación social, al mismo tiempo que deslizan de una manera presuntamente humorística algunos comentarios racistas y etnocentristas con los que se busca disminuir al habitante de la llanura guanacasteca, llamándole nicaragüense regalado, pero sobre todo haciendo burla de sus profundas raíces mesoamericanas, las que lo vinculan -de mil maneras- con otros pueblos y culturas del conjunto de la América Central. La gran riqueza cultural e histórica de esa región son los mismos guanacastecos de las nuevas generaciones, en el tanto en que son un reservorio para la continuidad de los elementos esenciales de la identidad cultural guanacasteca, la que fue cultivada con tanto amor y sentido estético por parte de sus mayores.

XXV

Los regionalismos evidenciados hacia el interior de los diferentes estados nacionales, como una manifestación de orden político social, cultural y geográfico, están revestidos de la presencia de una serie de elementos o factores que les otorgan una cierta dosis de complejidad, siendo esta un elemento que es preciso tener siempre en cuenta para captar los matices y las implicaciones que conllevan los distintos ángulos de su innegable existencia, la que da lugar a la exteriorización de una gran diversidad de intereses económicos o políticos en cada momento específico de su historia reciente. Tanto en el caso de Guanacaste, como en el de Chiriquí que han sido objeto de nuestra consideración, a lo largo de los diferentes apartados de este texto, encontramos que ese regionalismo que hace bastante notorios y singulares a los guanacastecos y a los chiricanos dentro de los estados nacionales, un hecho reconocido por buena parte de sus conciudadanos, a pesar de las reacciones de hostilidad o de admiración que puedan suscitarse.

Más allá del hecho de no estar abierta a debate su adscripción, en términos formales o jurídicos, a las naciones de Costa Rica y de Panamá, en cambio si lo están las formas específicas que pueden asumir esos vínculos en cada coyuntura, las que han dado lugar a extensas movilizaciones sociales. Es decir que el regionalismo puede adaptar posiciones conservadoras o progresistas, según el ángulo desde el que se intente captar el sentido que asumen las diferentes acciones y las expresiones de sus habitantes o protagonistas. En algunas oportunidades, como en el caso de Guanacaste las elites locales dotadas de un cierto poder económico y que por lo general son propietarias de la tierra, tienden a sostener una serie de elaboraciones antropológicas interesadas acerca de las mayorías populares que allí conviven, al mismo tiempo que a definir y redefinir la naturaleza o forma de sus relaciones con los poderes centrales del respectivo estado-nación.

En  cuanto al regionalismo, como un hecho histórico presente en el Guanacaste contemporáneo, puede apreciarse que se trata del resultado de una laboriosa construcción histórica, impulsada a partir del surgimiento de una prensa local y de las inquietudes de algunos intelectuales guanacastecos, si nos atenemos a lo planteado por la historiadora finlandesa Soili Buska, residente en Costa Rica (v.gr. Soili Buska Guanacaste: El surgimiento de un discurso regionalista,1900-1926 Revista de Historia UNA-UCR Nº 53-54 enero-diciembre 2006), acerca de que se trata de un hecho que no afloró durante el siglo XIX, sino más bien a comienzos del siglo XX y alrededor del primer centenario de la anexión a Costa Rica. Para la autora “La definición del regionalismo en el caso guanacasteco, entonces, se deriva del carácter imaginario del concepto de región utilizado por los promotores de la identidad guanacasteca. El regionalismo era una actitud, una preocupación y una posición política por parte de un grupo de guanacastecos, convencidos de la existencia de su región como una particular unidad territorial, política, socio-económica y cultural dentro de la comunidad nacional y, por tanto, con intereses compartidos por todos los habitantes de la provincia”(ibid.p146).Por otra parte, según Buska la década de los 1930 será decisiva en la emergencia política del regionalismo guanacasteco.

Referente a Chiriquí, nos encontramos con la existencia del regionalismo, una especie de patriotismo local, que ha sido objeto de numerosas discusiones a lo largo de su historia, acerca de lo que podríamos calificar como la esencia de los chiricanos o del chiricanismo. En el mes de septiembre de 2011 el escritor chiricano José Chen Barría decidió elaborar un libro antológico, al que tituló SER CHIRICANO, que contó con muchos colaboradores, dentro de una obra colectiva que fue presentada en el auditorio de la Universidad Autónoma de Chiriquí, en mayo del año anterior (2012). Su autor expresó algunas preocupaciones acerca del hecho de que: “Los chiricanos están vendiendo sus tierras, su herencia y  están amenazadas por una nueva generación de extranjeros, que no necesariamente comparten nuestros valores, principios, costumbres y cultura. He ahí el reto para la nueva generación de chiricanos”. Las diferencias de orden social y económico hacen que muchos chiricanos sientan que el patrimonio natural y cultural de la provincia no solo se esté perdiendo sino que permanece fuera de su alcance, en contraste con la situación socioeconómica más favorable de muchos europeos y estadounidenses que se han radicado en la provincia, razón por la que tienen mejores oportunidades de imponer su visión de mundo y sus valores. Esta visión se acentúa en lo referente a las tierras altas de Chiriquí, situadas en las faldas este y oeste del Volcán Barú o Volcán de Chiriquí, un área de gran fertilidad para usos agrícolas y con un gran potencial turístico que ha comenzado a explotarse con cierta intensidad.

XXVI

El ya no tan caudaloso río Tempisque constituye el elemento dominante en las cuencas hidrográficas de la provincia de Guanacaste, cuya geografía viene a cortar por el centro, después de recibir las aguas de numerosos ríos tributarios, entre ellos los ríos Liberia, Salto, Colorado y Bebedero que nacen en las estribaciones de la Cordillera de Guanacaste, para desembocar con su gigantesco caudal en el Golfo de Nicoya, después de recorrer casi 150 kilómetros desde su nacimiento en la misma cordillera. Sus aportes a la historia y a la vida socioeconómica estuvieron marcadas por su carácter de río navegable, con los puertos fluviales de Bolsón y Bebedero enlazados por la navegación de cabotaje con el muellecito y el estero de Puntarenas, los que fueron esenciales para el desenvolvimiento de la actividad económica y el tránsito terrestre de pasajeros provenientes del resto de la América Central, a lo largo del siglo XIX y durante las primeras seis décadas de la centuria recién pasada. No hay en cambio, un río con una cuenca hidrográfica  tan extensa ni con un caudal semejante, ni con una historia de navegación fluvial tan intensa en el territorio chiricano, surcado por algunos ríos importantes como el David, Chiriquí Viejo, Piedras y otros de no muy largas trayectorias que van a desembocar al Océano Pacífico. De nuevo, es en este caso a la geografía física la que permite establecer los acercamientos o las lejanías que diferencian o asemejan a una región respecto de la otra, las que sin embargo tienen en común el tener importantes parajes cordilleranos, llanuras y serranías intermedias y un extenso litoral en el Pacífico.

XXVII

La peligrosa inflación de los nacionalismos que se expresa en algunos países de la región, con cierta periodicidad, no sólo es un hecho revestido de ciertos peligros para la convivencia pacífica y democrática, sino que es una poderosa herramienta en manos de las elites de los poderes centrales para manipular los sentimientos y la capacidad de lucha o resistencia de las poblaciones locales hacia sus designios más siniestros. Mientras por un lado se quema incienso y se lanzan ditirambos patrióticos, dentro de lo que constituye una grosera simulación de los elementos de una religión civil patriótica venida a menos, en gran parte por el entreguismo de las elites locales hacia los poderes imperiales del planeta, se evita hablar de los grandes daños causados a la naturaleza y a los habitantes por la falta de identidad de los grupos de poder de unos estados nacionales con un proyecto de nación, de verdad democrático e inclusivo, donde la patria sea una realidad para todos los que en ella habitan.

La firma de tratados de libre comercio con los Estados Unidos y la Comunidad Europea, con su secuela de garantías y privilegios colonialistas a las empresas transnacionales para la explotación turística o minera de los mejores parajes del territorio, son las que constituyen una verdadera amenaza para la vida y el porvenir de las poblaciones de nuestra área continental. Frente ello, cabe destacar la importancia de las acciones de resistencia del campesinado chiricano durante las negociaciones del Tratado de Libre Comercio entre Panamá y los Estados Unidos, expresada en el cierre de vías y otras acciones a lo largo del año 2006, con las que se logró imponer algunas clausulas de protección al sector agrícola de Chiriquí, que con su gran producción de hortalizas y granos básicos es la más importante, dentro del estado nacional panameño.

En este cambio de siglo, la demagogia patriotera de las elites regionales resulta más amenazante que nunca, sobre todo por la agresividad imperial decidida incluso a borrar del mapa a las naciones que se opongan, de verdad, a sus designios y por la agresiva cultura de una globalización neoliberal decidida a lanzar hacia el anonimato y hacia su conversión postrera a los grupos étnicos y colectividades regionales que cinco siglos después, todavía se organizan y se enfrentan con fe y con coraje a sus destructivas intenciones.

XXVIII

Hace ya algunas semanas que empezamos el recorrido por los territorios reales e imaginarios del Guanacaste y del Chiriquí contemporáneos, pero también por sus referentes históricos escarbando -por así decirlo- en los componentes de las huellas de su pasado más lejano dentro de un viaje hacia un presente que disuelve, después de cada instante que pasa ante nuestros ojos, muchas veces incapacitados para ejercitar el asombro, un elemento tan necesario para despertar nuestras posibilidades de enriquecer la  captación de la realidad social. Nos hemos acercado a esos ámbitos espaciales procurando  evidenciar los elementos que les son comunes e intentando dibujar o trazar aquellas lejanías que se tornan inevitables, como las inequívocas expresiones que son de sus singularidades, sobre todo en lo que se refiere a las diferencias y analogías entre las poblaciones que los habitan. La distorsión o la dificultad de pensarlos en común estableciendo ejes de convergencia, o en el caso contario líneas que se alejan, cada vez más, hacia insospechados horizontes, la hemos tratado de remediar con la pasión y el entusiasmo, pero sobre todo con el amor hacia las gentes, hacia los seres humanos que, dentro de nuestra escala de valores, son lo más importante y nos los oscuros designios de la razón de estado, la que en cada caso solo ha servido para dividir y manipular a quienes deberían estar más unidos que nunca, resaltando más las cercanías que las diferencias que los alejan.

Nuestro propósito más esencial, al abocarnos a la elaboración de este texto tendiente a develar los acercamientos y las lejanías posibles entre los universos chiricano y guanacasteco, ha sido el de exteriorizar un reconocimiento y un homenaje hacia los pueblos originarios que los habitaron y los continúan habitando, al lado de los pueblos mestizos surgidos como el fruto más visible de la colonización europea y cuyas culturas aparecen, a veces como opuestas y en otras oportunidades yuxtapuestas o complementarias en sus formas de relacionarse con la naturaleza, organizar la vida social e insertarse en el juego político regional, nacional y continental. Ese reconocimiento y respeto mutuo que debe –y debería- existir entre estos componentes étnicos de la población guanacasteca y chiricana son los que podrían permitir alcanzar una síntesis fructífera que permita a los pueblos originarios chorotegas y gnäbes, en este caso, alcanzar los beneficios de la modernidad sin perder su esencia étnico-cultural evitando así el etnocidio, como un precio a pagar para evitar el genocidio, de tal manera que puedan superar los umbrales de pobreza a que se han visto sometidos. Lo guanacasteco y lo chiricano vendrían a ser una síntesis fructuosa de la cultura de los pueblos originarios y de la cultura mestiza, surgida con el paso del tiempo.

 XXIX

Los testarudos hechos hablan por sí solos, inhabilitando los discursos demagógicos y patrioteros de los gobernantes de turno, tal y como sucede con el tema de las tasas de desempleo, donde las más elevadas se registran en la provincia de Guanacaste, siendo el cantón de Carrillo el que alcanza las cifras más altas de personas desocupadas en todo el estado-nación de Costa Rica, resultando que el dramatismo de lo que representan estas cifras, en especial para las poblaciones más jóvenes, no figura en las agendas de quienes recurren al patrioterismo para ocultar los graves problemas de ilegitimidad(jamás de gobernabilidad, una categoría de moda y bastante light) de sus mandatos.

Se habla con gran cinismo de anacrónicas disputas territoriales resueltas hace mucho tiempo, por parte de unos y otros gobernantes, con el propósito de enrolar a los incautos y a los exaltados de siempre, pero cuando se trata de encarar la verdad de lo que en efecto está ocurriendo en el orden de lo social, lo político y lo económico resulta que la suerte que corran los habitantes de los territorios siempre reclamados, sin tener en cuenta el sentir legítimo de quienes allí habitan, importa en realidad poco o nada, sobre todo en cuando a la elaboración de discursos sobre la patria o la nación, unas entidades abstractas cuya materialización se exterioriza en la utilización de los múltiples rostros que asume la violencia, siempre en beneficio de las elites del poder y de sus casi siempre perversas o enajenadas vinculaciones con los poderes imperiales que operan, a escala planetaria, desdibujando o haciendo nulas de mil maneras, las pretensiones de soberanía territorial o económica de los pequeños estados nacionales de la América Central. De lo grotesco a lo ridículo, se ha dicho siempre, no hay más que un paso y sin embargo, es algo que se olvida con mucha facilidad, siempre en beneficio de las elites centrales del poder y de quienes actúan como sus vasallos, haciendo burla o escarnio de las necesidades más elementales de la población: durante años las poblaciones del cantón de Bagaces y de otras áreas circunvecinas han venido tomando agua con arsénico, un producto que puede estar ocasionándoles graves problemas en su salud, sin que hasta el momento se le haya dado una solución al problema que sea acorde con el peligro que corren estos ciudadanos. En definitiva, cuando conviene se vuelve a exaltar el decir de los nicoyanos, en los términos DE LA PATRIA POR NUESTRA VOLUNTAD, pero lo que no se ve con claridad es la voluntad de la tan aclamada patria, o de quienes actúan en nombre de ella, la que debería estar expresada en actos concretos en beneficio de sus hijos.

XXX

Hemos venido insistiendo, de manera reiterada, en otros apartados de este texto, en el importante papel que jugaron las migraciones chiricanas, guanacastecas y nicaragüenses (¿por qué no?) en la conformación del casco urbano del puerto de Puntarenas, pero también en la fundación y el poblamiento de muchas localidades, ubicadas hacia el sur de la provincia de Puntarenas, destacando sobre todo los casos de Potrero Grande y Puerto Jiménez dentro de lo que se constituyó en el repoblamiento contemporáneo de una región ya habitada, desde hace miles de años, por numerosos grupos étnicos o pueblos originarios, ya sean bribris, terebés o térrabas, gnäbes, borucas y cabécares entre otros, los que testimonian ese pasado y esa larga historia. Se trata de migraciones provenientes del centro de la provincia de Chiriquí, las que tuvieron como base pueblos agrícolas y ganaderos como Gualaca, Dolega, Alanje y Boquerón entre otros o, también, de otras migraciones importantes que se produjeron, ya más entrado el siglo XX, provenientes sobre todo de la Península de Nicoya y toda la bajura guanacasteca, así como también de Granada, Rivas y otras localidades del sur nicaragüense, las que también jugaron un papel muy importante en el poblamiento y conformación de las plantaciones bananeras del Pacífico de Costa Rica, surgidas a partir de 1938 en el área de Quepos-Parrita y más al sur. en los actuales cantones de Golfito y Corredores.

El caso de la población de Potrero Grande, en el cantón de Buenos Aires de la provincia de Puntarenas, ha sido objeto de valiosas y esclarecedoras referencias, que han sido presentadas en elaboraciones textuales como las del antropólogo social, José Luis Amador (v.gr. José Luis Amador HISTORIA Y TRADICIÓN EN POTRERO GRANDE. Un pueblo costarricense de origen chiricano-panameño EUNED San José Costa Rica 2008), que son resultado de sus investigaciones que han aparecido en forma de libro, como el ya mencionado supra y en algunas ponencias, del mismo autor, al IX Congreso Centroamericano de Historia, efectuado en 2008, que fueron publicadas por la Escuela de Historia de la Universidad de Costa Rica.

Amador demuestra la importancia decisiva que tuvieron las migraciones de campesinos chiricanos, a finales del siglo XIX e inicios del XX, en la fundación y en la consolidación de la localidad de Potrero Grande. Se trata de un poblamiento que se vino consolidando con las aportaciones mutiétnicas, tanto de los mestizos chiricanos como de los bribris, cabécares y otros pueblos originarios afincados desde hace siglos en esa región y del posterior arribo, a lo largo del siglo XX, de pobladores venidos de las regiones centrales de Costa Rica. La profunda huella de las tradiciones culturales dejada por estos emigrantes chiricanos terminó por enriquecer, en muchos sentidos, a esta población que hoy figura como distrito del cantón de Buenos Aires, en la provincia de Puntarenas. De ahí la importancia de divulgar y discutir, con propósitos de investigación y de promoción del acercamiento entre los pueblos, aportes tan valiosos como los de José Luis Amador.

Concluimos así, por ahora, nuestras reflexiones sobre estos acercamientos y lejanías entre estas dos comarcas o regiones, cuyos orígenes se afincan en el hecho esencial  de que fueron los pueblos originarios quienes, durante innumerables siglos, aprendieron a amar y a conocer estas tierras, las que han sido su hábitat y su razón de ser, mucho antes de que surgieran los estados nacionales de Costa Rica y Panamá. Estamos en deuda con ellos, en muchos sentidos, sobre todo en tiempos en que las empresas transnacionales promueven proyectos de explotación minera u hotelera con fines turísticos, por lo general carentes de estudios serios de impacto ambiental y que como contrapartida, terminan por generar muy poco empleo, en beneficio de las comunidades de Chiriquí o de Guanacaste, hoy en la mira de esos intereses foráneos, que han sido enfrentados con sabiduría  y coraje por los dignos hijos e hijas del pueblo gnäbe-buglé, para el caso de la región chiricana, en distintos episodios de lucha que han tenido lugar, a lo largo de los últimos años.

 

Rogelio Cedeño Castro es sociólogo y catedrático de la UNA

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Viernes, 12 de febrero del 2016
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