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Nacionales

Reflexiones pre-electorales

Por: Alfonso J. Palacios Echeverría
Artículo publicado en Amauta con permiso del autor

Publicado el: Domingo, 11 de agosto del 2013

Farsa electoral

I

No hay nada peor que estar gobernados por gente irresponsable. Los irresponsables no tienen capacidad para enjuiciar sus propios actos y, en el mejor de los casos, solo responden a estímulos externos y, obviamente, superiores a ellos. En política, los irresponsables se caracterizan porque solo asumen las consecuencias de sus comportamientos cuando un juez le dice, por escrito, que lo que han hecho no es legal.

Señala Lluís Foix, en un artículo de su autoría denominado La Política y el Ridículo, que la política y los políticos son imprescindibles para el buen funcionamiento y estabilidad de toda sociedad. La política permanece y lo penetra todo y lo articula todo. Lo que cambian son los políticos, que en democracia permanecen o son echados del poder por las urnas, que juzgan a los gobernantes con lo que se ha convenido en llamar la voluntad general.

Vivimos tiempos en los que los políticos son mal considerados por los votantes, han perdido el prestigio y, lo que es más grave, han perdido el poder porque las decisiones importantes se toman fuera del ámbito de sus territorios y de sus competencias. Se pretende simular que las decisiones son propias de los gobiernos cuando los nuevos paradigmas de la realidad se encuentran fuera.

El gran contratiempo de los políticos es que los electores no saben o no quieren saber las nuevas reglas de juego que han contribuido a romper la confianza entre gobernantes y gobernados. Vivimos tiempos de grandes transformaciones sociales que afectan a las formas de resolver los problemas más inmediatos de los ciudadanos de hoy. Estilos viejos, problemas nuevos y soluciones erróneas. Tampoco los políticos han sabido controlar la velocidad del cambio.

Hasta hace pocos años creíamos los ciudadanos de este país que  -por ejemplo- la  Asamblea Legislativa era un órgano constitucional compuesto por distintos representantes que previamente los ciudadanos han escogido democráticamente. Un lugar, por tanto, en el que los seleccionados deben devolver al pueblo la confianza depositada en ellos trabajando diligentemente para solucionar sus problemas reales. Una definición que suena rimbombante a más de uno pero que constituye precisamente el origen y fin de la política: los ciudadanos. La realidad nos ha demostrado todo lo contrario. Representantes elegidos por camarillas dentro de los partidos políticos, representaciones que se compran a precio de oro, y obediencia ciega a lineamientos que están a años luz de la independencia intelectual de los representantes, si es que la tienen.

Por lo visto, desde hace tiempo, no sólo existe un estrabismo político severo a la hora de focalizar los problemas que nos perturban a todos, sino que además también se está perdiendo el horizonte en cuanto a las funciones y materias que debe albergar el edificio que nos representa a todos. Lo que interesa es permanecer en el poder, como en el caso del malhadado partido que lleva ya dos períodos gobernando, o volver a él, como en el caso de otro partido desprestigiado por los escandalosos casos llevados a los tribunales, con sentencias condenatorias a ex presidentes y sus camarillas. ¿Y para qué? Para continuar con el desmembramiento de un sistema fundamentado en la inclusión social y fortalecer otro que se caracteriza por todo lo contrario.

Somos muchos los ciudadanos que nos sentimos rehenes de una cruzada ideológica en la que nos han capturado sin nuestro consentimiento. Un rapto donde el rescate que solicitan no cumple con las reglas del juego constitucional y que está abocado a que muchos pasemos de ser rehenes a víctimas.

Es curioso cómo, a diferencia de la Revolución Francesa donde los revolucionarios estaban fuera del parlamento y el gobierno y pretendían tomarlo por la fuerza, ahora la revolución se esté haciendo desde el otro lado del muro, desde dentro. Sin duda, un sistema mucho más sutil y profesionalizado donde el cautiverio no necesita armas de fuego y palos para perpetrarse sino reuniones silenciosas plagadas de secretismo. Una revolución de murmullos más que de gritos y de puertas hacia dentro pervierte el principio democrático por el que se creó esta nación.

Hace algún tiempo escribí otro artículo en el que decía que se habían iniciado ya las actividades electorales en los diversos partidos políticos, cuyas expresiones más evidentes son el registro de los precandidatos y lo que denominamos “elecciones internas” de los partidos. Y empiezan los medios de comunicación a festinar nombres y tendencias, expresiones de las orientaciones de los candidatos, cuando las tienen, porque a veces no, sino que son oportunistas vulgares, y según las preferencias de los dueños de los medios, a favorecer a unos frente a otros.

Pero muy poco se habla de la inmadurez de nuestro sistema electoral, porque se pierde el tiempo inútilmente en alabar la “antigüedad” de nuestra democracia, olvidando los gobiernos autoritarios del Siglo IXX y principios del Siglo XX, ya que una de las características de los políticos criollos y los pseudo intelectuales que los respaldan, es olvidar el pasado del país; y aún menos de las reformas a dicho sistema, que duerme el sueño de los justos en la Asamblea Legislativa, porque a los partidos tradicionales allí representados no les conviene cambio alguno, que no sea el que les favorezca para el mantenimiento de las distorsiones existentes.

Diversas son las distorsiones jurídicamente consolidadas en la formación y expresión de la representatividad política de los ciudadanos, a través de los partidos políticos, las cuales son el resultado de varios factores: en primer lugar, la insuficiencia de las previsiones legales dirigidas a garantizar el funcionamiento democrático de las agrupaciones políticas, lo cual permite que las mismas sean realmente rebaños dóciles ante las disposiciones del caudillo o la cúpula dominante; en segundo lugar, al menoscabo que sufre la expresión del pluralismo cuando en los procesos dirigidos a este fin se otorga  en el Tribunal Electoral un tratamiento legal privilegiado a los partidos respecto de otras entidades, como podrían ser asociaciones de electores; en tercer lugar, cuando se conceden ventajas a las agrupaciones que ya están en las lides electorales desde hace tiempo, frente a nuevas agrupaciones que pudieran surgir, como es el caso de que las primeras obtienen financiamiento del Estado para sus campañas, mientras que las segundas no. Y todo ello está plasmado en blanco y negro dentro de la legislación y la normativa electoral.

Es notoria la ausencia de democracia interna en los partidos políticos lo cual es definitivamente un obstáculo  para el ejercicio de sus funciones públicas, ya que muchas veces la elección de los precandidatos se fundamenta en la fuerza de las “camarillas” y de su respaldo financiero, no siempre muy claro; de igual forma, en menoscabo del pluralismo en el proceso de selección de los representantes del partido, se otorga excesiva importancia a la “figura” del candidato y del grupo que lo acompaña, olvidándose que el ordenamiento democrático configura el proceso electoral como una forma de interiorizar el pluralismo político existente en la sociedad, de manera que los órganos del Estado de carácter representativo reflejen proporcionalmente en su composición aquella diversidad, y si ello no existe dentro del partido político, menos aún podrá serlo en los órganos representativos.

Por otro lado, es notoria la necesidad de reformar el sistema de financiación de los partidos políticos como exigencia del principio democrático, medida ineludible para subsanar, o al menos aminorar, los graves problemas que plantea; en especial, el deficiente sistema de control de la contabilidad que han de llevar las entidades políticas receptoras de subvenciones públicas. Y agregamos algo que no se discute: la posibilidad de financiamiento de nuevas agrupaciones, que tiene cerradas las puertas para ello.

De igual forma, se hace ya notorio que es indispensable normar sobre el transfuguismo de representantes elegidos por los electores a través de un partido y que posteriormente se separan de él, que no es más que la expresión de una concepción patrimonial y no funcional del cargo de representación, llevada a cabo por el representante que está incurriendo en una deslealtad en el ejercicio de su función.  Debe recordarse que la titularidad de un cargo de representación constituye una habilitación normativa para le expresión de la representatividad conferida por los electores, con lo que queda claro que los representantes no son sus dueños; esa representatividad no les pertenece, sino que los titulares del cargo son, más bien, un instrumento al servicio de la realización de la misma.

Con estas observaciones, o consideraciones si así quiere usted llamarlas, notamos de inmediato que algunas cosas están definitivamente mal en nuestro sistema electoral, y que los partidos políticos no son ni de lejos lo que deberían ser: un espacio para la convivencia democrática del pluralismo social, que aunque se encuentre dentro de una línea de pensamiento político definido, da espacio para las divergencias y contraposición de criterios.

Esta es la primera reflexión, de una serie que espero publicar de ahora en adelante, para llevarle algunas ideas que quizá, y solamente quizá, le ayuden a Usted a tomar una decisión mejor pensada al momento de las futuras elecciones.

II

Otro elemento de extraordinaria importancia al momento de considerar el voto que cada ciudadano emitirá en su momento, es la consideración de la naturaleza, el comportamiento y la seriedad de los partidos políticos. Y en las actuales circunstancias nacionales la “pobreza” ideológica de los que entrarán a las lides electorales es digna de lástima.

Guillermo Carvajal Alvarado señala en un artículo publicado este mismo año que la democracia electoral costarricense ha mostrado un profundo agotamiento desde finales de la década de 1990. Muchas son las posibles explicaciones a esta pérdida de empuje de la vida ciudadana, pero una de ellas está ligada al agotamiento de los partidos políticos tradicionales y al agotamiento de la alternancia en el poder de los dos partidos más fuertes el Partido Liberación Nacional (PLN) y la oposición al PLN que se constituía en alianzas electorales para impedir el continuismo del PLN.

La herencia de la resolución del conflicto de 1948 trajo un fortalecimiento de los cuadros políticos en el antiguo partido Socialdemócrata que luego pasó a ser Partido Liberación Nacional. La oposición al PLN, perdedora del conflicto fue cómplice de la aplicación de un artículo en la constitución que impedía a los comunistas su participación en el poder, y por eso los viejos comunistas se alinearon siempre al viejo calderonismo y pudieron ayudar a algunos triunfos de la oposición a Liberación Nacional.

El modelo político se agotó cuando el partido Liberación Nacional fue perdiendo progresivamente la generación original que fundó el partido y cuando debió de darse el salto a una nueva generación, Oscar Arias inaugura esta tendencia después del gobierno de los dos últimos líderes políticos del PLN a saber Rodrigo Carazo Odio y Luis Alberto Monge Alvarez. Y en el caso de Rodrigo Carazo su liderazgo fue capaz de hacerlo romper con el PLN y ganarle desde la oposición la elección de 1978.

Fue con Arias que el neoliberalismo en su peor versión se introdujo en el país, con planes de largo alcance, corrompiendo todo lo que tocaba. Se puso en venta al país y la “coima” de gran escala para las autoridades que aprobaban contratos, concesiones y privatizaciones empezó a ser moneda de curso legal.

Los presidentes después de 1990, continúa señalando Carvajal, heredaron el poder de sus padres, en unos casos, y en otros lo respaldaron en sus nuevas fortunas pero carecían de liderazgo político. Si algo caracteriza las últimas elecciones y los últimos presidentes es la carencia de liderazgo. Y esta carencia de liderazgo se ve entonces acompañada con el otorgamiento de prebendas y regalías para quienes acompañan al candidato en su campaña.

A través de los años y como consecuencia de la penetración del capitalismo neoliberal a nivel planetario y consecuentemente a nivel nacional, se fueron perdiendo los referentes ideológico-políticos que antes signaban estas agrupaciones, para convertirlas en maquinarias electorales que obedecen a los dictados de los grandes capitales, nacionales o extranjeros.

Si antes la disputa política era “izquierda vs derecha”, ahora ésta había sido desplazada por “ideología vs pragmatismo”, y luego la desaparición en la práctica de un fundamento ideológico político, para quedarse solamente en las posturas pragmáticas, según las entienden las cúpulas de los partidos. Lo que ha venido sucediendo es una especie de desideologización de lo político. Pero más allá de la segunda dicotomía, es necesario indicar que existe un factor que no ha sido tomado en cuenta para analizar la crisis de los partidos políticos. Esta es la “ideología sin partidos”. La construcción de la visión de país, de la sociedad y los individuos no dependen de los partidos políticos, sino de las industrias culturales: cine, televisión, periódicos, redes sociales, entre otros. La hegemonía de la ideología neoliberal, por ejemplo, no se encuentra capturada por un partido de la derecha, éste es trascendido por el proceso económico y cultural de la globalización.

La ideología (su ausencia) sin partidos es uno de los factores que posibilitó el escenario para el surgimiento de los partidos independientes y, a la vez, el descrédito a los partidos tradicionales (izquierda – derecha). Por lo tanto, es un factor que debe ser tomado en cuenta en el diagnóstico sobre la crisis de los partidos políticos.

La mayoría de la gente no cree en la militancia política, los partidos políticos y las ideologías. Sólo quieren que los políticos le solucionen sus problemas concretos, más obra y menos palabras. Lo anti político ha pasado su factura durante las dos últimas décadas en Costa Rica por medio de la “ideología sin partidos” que se manifiesta por diversos medios, actores sociales y espacios, y que irónicamente incluye el espacio político.

La desconfianza creciente hacia los partidos políticos y la política en general, por parte de la ciudadanía, es provocada en la gran mayoría de los casos por el sentimiento de no representación y en gran medida por la frustración de las expectativas creadas por las reformas económicas y el abandono progresivo de los objetivos sociales y de desarrollo para las clases menos favorecidas de la población. La desconfianza en el sistema de partidos, se acrecentó por la sucesiva acusación en contra de los ex presidentes, de representantes políticos, de diputados y hasta jueces supremos envueltos en casos delictivos de diversa índole. Posteriormente, en el acrecentamiento evidente de los niveles de corrupción de gobernantes y representantes populares de partidos políticos en la Asamblea Legislativa.

El precio de esta desconfianza hacia los partidos hace que disminuya también la capacidad de los ciudadanos para juzgar la gestión de un gobierno castigando o apoyando al partido de gobierno en elecciones de otro orden o en las siguientes elecciones presidenciales.

Otro autor, Ludolfo Paramio Rodrigo, señala que el alto nivel de desconfianza hacia los partidos, y la crisis de los partidos tradicionales en muchos países, apuntan a lo que podemos definir como una crisis de representación. Los ciudadanos no se sienten representados por los partidos por distintas razones. La más llamativa, en gran parte de América Latina, es probablemente la frustración de las expectativas creadas por las reformas económicas de la primera mitad de los años noventa.

Las llamadas reformas estructurales fueron presentadas como puerta de entrada a un crecimiento económico estable y duradero, que permitiría resolver los tradicionales problemas de pobreza y desigualdad que no habían encontrado solución con el anterior modelo económico. Una vez que éste había entrado en una grave crisis durante la década de la deuda, con mayor o menor resistencia la mayor parte de la sociedad aceptó entrar en el nuevo juego. Veinte años después la situación general es peor que la anterior, el modelo ha fracasado rotundamente ante los ojos de los ciudadanos, aunque los empresarios y los representantes de los grandes empresarios, únicos beneficiados, continúan su coro de alabanzas.

Con muy pocas excepciones, los partidos que habían representado los intereses sociales bajo el modelo anterior se adaptaron al nuevo. Eso significó a menudo aceptar —incluso exagerar con la lógica de los conversos— el discurso del consenso de Washington que justificaba las reformas estructurales. Este cambio ‘ideológico’ significó probablemente una dura prueba para los seguidores de estos partidos, pero es posible que a falta de alternativas gran parte de ellos mantuvieran su lealtad.

Estas son consideraciones que debemos tener en cuenta al momento de reflexionar sobre a quién y qué partido político daremos nuestro voto en las próximas elecciones. No podemos volver atrás siguiendo caudillismos criollos, tan alicaídos, ni mensajes altamente tecnificados por los especialistas de la comunicación política, que desconocen de medio a medio de filosofía política, sino que son los mercaderes de la imagen, la mayoría de las veces sin sustancia. Un ejemplo de ello es cómo los ciudadanos se creyeron aquello de “firme y honesta”, y la realidad tres y medio años después, resultó absolutamente contrario.

La impresión que posee la mayoría de los ciudadanos en este país indica que consideran a los partidos políticos como corruptos (y no les falta razón, dados los escándalos que todos conocemos), y vale la pena señalar que la corrupción es un fenómeno derivado de la acción política que tiene una causalidad económica y que tiene una serie de repercusiones sociales y políticas perversas. No debe ser confundida con procesos de apropiación de los bienes estatales que ocurren en estados autoritarios y despóticos. En este sentido, la corrupción es un fenómeno que -contrario a lo que se percibe desde el sentido común- solo puede ocurrir donde exista un Estado Democrático. Es inherente a quienes detentan esos Estados, la capacidad de apropiación de los bienes y recursos públicos, sus usos y abusos, como si fueran propios de los gobernantes.

En este contexto que solo en sociedades democráticas es posible identificar la corrupción y definirla como tal: como un proceso de expropiación y enajenamiento de los bienes y recursos colectivos por quienes gobiernan o actúan en el Estado, en combinación con los intereses corporativos o económicos del sector privado. Y esto es lo que percibe la ciudadanía, pues cuando un partido asume el poder, por lo general, y así ha sido en los últimos treinta años, se desata una serie de actos corruptos, delictivos o cuasi delictivos, que llegan a los medios de comunicación y en algunos casos hasta los estrados judiciales, aunque la experiencia también nos ha demostrado que los tentáculos de esta perversidad ha contaminado de alguna forma, más o menos evidente, al Poder Judicial.

Las causas de la corrupción, señala José Carlos Chinchilla, estarían vinculadas, en principio, al interés de la acumulación de riqueza por el corruptor y el corrupto -no obstante en sociedades capitalistas estos factores de interés están presentes siempre y no por ello se da la corrupción.

Es el distanciamiento que tiene la ciudadanía del ejercicio del poder; que se expresa entre otros en el desconocimiento que las y los ciudadanos tienen de la gestión pública lo que crea un vacío, un espacio, un clima en el cual es factible el desarrollo de la corrupción. Una sociedad en la cual es factible el desarrollo de la corrupción, es una sociedad donde ha habido una serie de procesos que van cada día más excluyendo la ciudadanía del ejercicio político de la participación. Entre más exclusión de la gestión y/o su conocimiento, mayor propensión a la corrupción.

Las víctimas directas de la corrupción son el ciudadano y la ciudadana; ya que para hacer de la política un proceso de beneficio hacia los políticos, se requiere exclusión política. Es así como estos son incluidos en lo electoral, pero excluidos de gobernar.

“La exclusión de la ciudadanía –siguiendo a J. C. Chinchilla-es un requisito para la gestión corrupta y en este sentido la primera gran víctima de la corrupción es la ciudadanía y sus derechos políticos. Una segunda víctima de la corrupción lo es el Estado Democrático. Un estado colmado de actos de corrupción no solo es ineficiente y ineficaz; sino también altamente costoso y por tanto su capacidad de respuesta a las demandas que los distintos sectores que la sociedad plantean, disminuye notablemente. La tercera gran víctima de la corrupción somos cada uno de nosotros y nosotras que habitamos en Costa Rica. No obstante, los grados de afectación difieren según las características socioeconómicas y de exclusión o inclusión en que viven. Así hay gente que si es víctima directa de esta corrupción y les afecta grosera y fulminantemente sus oportunidades de calidad de vida: los y las más pobres económicamente”.

La corrupción es perversa, porque lo que despojan e ingresan a sus cuentas es lo que estaba fundamentalmente dirigido a los sectores que más requieren. La corrupción tiene como víctima a los que ya han sido víctimas de este sistema, a quienes son los excluidos más excluidos, a quienes marcamos como pobres, porque no tenemos la capacidad como sociedad de brindarles oportunidades. La corrupción condena a miles de pequeños y pequeñas a que nunca tengan oportunidad a tener una vida digna. La corrupción por lo tanto, es una lacra detestable que debe ser enfrentada con fortaleza ciudadana e institucional.

Estas son consideraciones que debemos tener muy presentes al momento de decidir nuestro voto en las próximas elecciones. Y el primer consejo que se puede dar es: investigue bien el comportamiento de los políticos de determinados partidos, como el Partido Liberación Nacional o la Unidad Social Cristiana, envueltos en escandalosos actos de corrupción, o minoritarios como los Libertarios (recientemente acusados de estafa por la Fiscalía General de la República) y los cristianos, que se venden al mejor postor sin mediar consideración ideológico-política alguna, sino solamente el mantenimiento de beneficios gremiales o personales.  Lo que es peor: entorpecer el correcto curso de la evolución política y legal del país, asumiendo posturas medievales con relación de determinados temas. Y una vez tenga Usted un criterio propio, entonces decida según su conciencia.

III

Desde hace ya varios años se nota el crecimiento de la apatía electoral, es decir, que el número de ciudadanos que no se sienten motivados a participar en las justas electorales se incrementa cada día más. Las estadísticas están allí, y no hay discusión sobre este tema. Por otro lado, se han gastado ríos de tinta en ensayos, artículos, comentarios y demás sobre el fenómeno, dando toda clase de definiciones, exponiendo toda clase de causas, y señalando responsabilidades de todo tipo y naturaleza.

En este tercer artículo deseamos realizar algunas consideraciones sobre el fenómeno y sus consecuencias reales, prácticas y de enormes proporciones, si continuamos así. Evadiendo nuestra obligación y derecho a expresarnos, no votando –en suma- y abriendo las puertas de par en par para que los pillos de siempre se aprovechen de nuestra apatía, indiferencia e irresponsabilidad, y hagan del Estado un campo propicio para la corrupción, en todas sus manifestaciones.

Y aquí es donde quiero poner el dedo sobre la llaga. Es muy fácil quejarse, señalar, acusar, condenar a los gobernantes, a los diputados y a los miembros de todos los poderes, echarles en cara su ineptitud, su ineficiencia, su corrupción, e incluso su estupidez. Así es, digámoslo claramente. Lo que no está claro es si la estulticia demostrada es un problema genético o de ausencia de formación, o una máscara para ocultar otras cosas peores.

La desgracia de haber tenido gobernantes como los que hemos tolerado en los últimos decenios se debe, en gran parte, a nuestra irresponsabilidad, en el sentido de que como ciudadanos no nos hemos enfrentado ante los candidatos y les hemos exigido definiciones claras en sus posturas, frente a los problemas más álgidos del país. Y por otro lado, porque nos parece mucho más cómodo “no votar”, dándole la oportunidad de aprovecharse de los espacios que deja nuestro abstencionismo.

En Marzo del 2012 publiqué unos apuntes que se referían a este tema y señalaba que el tristísimo panorama político del país, la descomposición ética y moral de los tres poderes de la República, los innumerables casos de corrupción en todas sus modalidades, desde cobrar coimas y ejercer chantajes hasta el tráfico de influencias para que amigotes se beneficien con contratos públicos por servicios, pasando por el uso indiscriminado de bienes y recursos públicos para beneficio personal, por lo general se lo achacamos a los políticos y las autoridades de los tres poderes. Pero, ¿son ellos realmente los culpables, o son solamente los actores de las fechorías, porque la responsabilidad se encuentra en otra parte? Es una pregunta interesante, que trataremos de responder, dentro de nuestra limitación, porque no puede ser que abunden las quejas, las denuncias, los escándalos por medio de la prensa, y todo siga igual.

La cuestión es, si son necesarios todos estos elementos circunstanciales para que el ciudadano reaccione y para que el político tome conciencia de que él es solo un ciudadano más que en este momento representa y defiende los derechos de sus otros iguales. Porque hasta ahora lo que hemos visto es que los distintos grupos políticos, no importa cuál sea su orientación ideológica, ven el cargo público como parte de un “reparto del botín” que se obtiene cuando los ciudadanos, inútiles espectadores, les conceden el poder y la representatividad y luego se desentienden de todo, no participan en la vigilancia del cumplimiento de planes, programas y proyectos que ofrecieron en campaña los gobernantes de turno.

Mi interpretación personal es que la responsabilidad última es de todos los ciudadanos, los mismos que nos dejamos embaucar cada cuatro años, escuchando los cantos de sirenas de los candidatos durante las campañas políticas, y nos olvidamos que no son más que una mafiocracia enquistada en el poder para beneficio propio y de sus compinches, y luego pasamos los años siguientes quejándonos de su mala actuación, de su mediocridad, de su falta de rumbo, de su deshonestidad, y en algunos casos de sus actuaciones delictivas.

La participación en política se vive desde los dos lados: el ciudadano representado y el ciudadano representante. Y en ambos se encuentra falta de motivación cuando no ha habido elementos externos suficientes para dar importancia a algo que a mí me parece esencial: la participación ciudadana permanente para la construcción de una sociedad con una democracia madura, en la que salimos ganando todos.

Es decir, creo que la participación ciudadana debe ser algo que tanto ciudadanos como representantes tengan interiorizada como práctica normalizada en la vida en comunidad. Esto hoy, sólo se da en un porcentaje relativamente pequeño de ciudadanos y también de políticos. Cambiar esto, es una responsabilidad compartida.

El político no debe tomar distancia con respecto al ciudadano, como estamos contemplando en nuestro país desde hace ya muchos años, sino buscar las fórmulas más eficaces y constructivas, para que haya una permanente vinculación entre los ciudadanos y las instituciones públicas en las que los representantes toman las decisiones que afectan a todos. Cada ciudadano, debe asumir que la importancia de votar se prolonga en la acción continua desde los distintos sectores de los que forma parte, como elemento esencial para un progreso social rico y común, expresando sus opiniones y criterios, organizándose para contrarrestar arbitrariedades, persiguiendo a los delincuentes.

Encontrar la forma idónea y viable de hacer política participativa no es sencillo. Requiere pedagogía e incluso una práctica constructiva que genere la mejor fórmula en cada país o comunidad. La falta de políticas facilitadoras y la tendencia individualista de nuestra sociedad de hoy, ha contribuido a alejar a ciudadanos y políticos, cuando en realidad, ambos deben sentirse como son: elementos imprescindibles e inseparables de un proyecto común. Es una responsabilidad necesaria. Es una responsabilidad compartida que dará legitimidad a cada gobierno, en la contribución común al desarrollo de los pueblos y las ciudades.

¿Todo suena a idealismo, verdad? ¿A pura teoría? Así parece, pero en algunos lugares del planeta, no muchos, se ha logrado esta simbiosis, a veces por corto tiempo, pero con resultados excelentes. La mayoría que se declara en contra de la política va creciendo continuamente, consideran la democracia como una utopía y no dudan en exteriorizar su descontento con quienes gobiernan. Si bien es cierto que la situación actual de nuestra sociedad es bastante complicada, habrá que hacernos la pregunta: ¿Qué grado de culpa tengo en esta disfunción social?

Una buena democracia no se constituye a partir de buenos gobernantes, es un trabajo conjunto de políticos y ciudadanos, y mientras uno esté desvinculado del otro, se obtienen los resultados que ya conocemos y que vivimos cada día.

Un número significativo de costarricenses  padecemos de un individualismo casi patológico, lo que da como resultado el poco o nulo valor que le damos al bien común y todo ello se traduce en desinterés por la vida política. Sin darnos cuenta, tarde o temprano, este desinterés nos perjudicará directa y personalmente, pues el que no nos importe el mal que sufre nuestra sociedad nos conduce a tomar decisiones muy a la ligera que a la larga nos afectarán. Por ejemplo, si no me intereso ni conozco los problemas de mi país, no procuraré en pensar los medios para remediarlos, mejor no me involucro y cedo mi confianza y mi voto a cualquier partido sin tener alguna razón de peso para hacerlo.

No obstante, es comprensible que la mayoría ya no confiemos en la política; la causa es que hemos identificado tanto a la política con los candidatos y sus partidos políticos, que desconfiar es casi instintivo porque éstos nos han fallado ya muchas veces al no cumplir sus promesas. Pero hacer dicha identificación y creer que nuestro voto es la meta es reducir la política a lo mínimo. La política es un mundo más grande y nuestra participación va más allá; aún después del voto, es nuestro derecho y obligación velar que el representante electo cumpla con sus propuestas y/o exigirle que lo haga. No permitirle que, una vez estando en el poder trabaje para su propio beneficio o por el de unos cuantos, ya que es una falta grave a la verdadera democracia, al bien común y a la dignidad de la persona quien es fundamento y fin de la convivencia política.

Existe otra dimensión de análisis que todo el mundo deja de lado, no le pone atención, y es el hecho de que se ha inculcado en la conciencia colectiva que la organización ciudadana es un producto de la extrema izquierda que tiende a desestabilizar el orden social. Y digo inculcado, porque es una forma de debilitar la mente de los ciudadanos todos, a fin de que no se aglutinen alrededor de causas justas o para exigir el cumplimiento de sus derechos, porque a las corrientes capitalistas/neoliberales no les conviene que existan ciudadanos pensantes, sino masas estupidizadas fáciles de manipular.

En conclusión, este es un tema sobre el cual deberíamos reflexionar con mayor frecuencia. Es muy fácil denunciar, acusar, ejercer presión para que se persiga a los delincuentes de cuello blanco que están entronizados en los tres poderes, pero la principal conclusión a la que debemos llegar es de que la responsabilidad es nuestra. Si tenemos este desastre de gobierno, y este desastre de poder judicial, y este mega desastre que es la asamblea legislativa (fiel reflejo de las inmundicias de las cúpulas de los partidos políticos), la culpa es nuestra. Somos nosotros, los ciudadanos, los que colocamos en sus cargos a los gobernantes y legisladores, y por medio de ellos a los magistrados, de forma irresponsable y absurda. Votamos con el hígado en las elecciones, no con el cerebro, porque de todas formas nos lo tenían tan intoxicado que lindábamos en la frontera de los débiles mentales.

Y piense en lo siguiente: si usted no vota, sea por quien sea (incluso el menos malo) aumenta el porcentaje mediante el cual el aspirante de uno de los partidos a los que Usted achaca la responsabilidad de la presente situación, puede ganar las elecciones. El abstencionismo y la apatía benefician a aquellos que han montado “maquinarias electorales” bien organizadas y aceitadas con abundantes recursos económicos. Por ello, mi consejo como hombre viejo y de experiencia es que, si no simpatiza por ningún candidato a la presidencia, al menos vote por los diputados de los partidos de oposición, pues de esa forma pone algo de freno a ciertas sinvergüencerías que nacen del Ejecutivo. Y no es que no harán su agosto, pero la cosecha será menos abundante, porque la oposición política –si cumple su función- impedirá ciertas barbaridades como las que hemos visto en este gobierno y el anterior.

IV

Todo parece indicar que tendremos una campaña política medio extraña, para decir lo menos. Y los negros augurios que hemos venido señalando desde hace ya meses, al parecer se hacen realidad como “profecía auto cumplida”.

El Grupo Nación ya inició su labor de desprestigio del candidato del Partido Liberación Nacional, con todas las razones del mundo, señalando que durante veintidós años a la cabeza del gobierno municipal de San José lo único que logró este señor fue tener un sueldo enorme y organizar el suficiente circo para mantener entretenidos a los ciudadanos. Y adicionalmente, arrastra tras de sí al partido político que le apoya y que se caracteriza por tener el desprestigio más acabado, consecuencia del gobierno presente, epítome de estulticia y corrupción, y del anterior, corrupto también y entreguista al extremo patológico.

Por otro lado, el candidato de la Unidad Social Cristiana, que al parecer es en sí mismo una buena persona, o al menos eso dicen, aunque de los médicos de este país no hay que confiarse mucho (y lo digo por experiencia personal, al menos de los que trabajan en la CCSS) arrastra tras de sí a los dos nefastos ex presidentes de ese partido político, condenados en los tribunales por delitos varios, y se rodea de los más recalcitrantes neoliberales –fundamentalistas del pensamiento único- que traen consigo un desprestigio incalculable. Y para terminar de hacerle daño a su partido, la Fiscalía General de la República anuncia el inicio de otro proceso judicial en contra de uno de sus ex presidentes, por peculado, lo cual pesará seriamente en la próxima campaña.

A los Libertarios, aplastados por la acusación de estafa al Tribunal Supremo de Elecciones por varios cientos de millones de colones, no los levanta ni el médico chino.  Y los del Partido Accesibilidad sin Exclusión se quedaron huérfanos de todo, al trasladarse tres de sus diputados actuales hacia la tendencia del candidato socialcristiano, lo cual demuestra lo que he mencionado repetidas veces, que no tienen una filosofía política. Todo es cuestión de conseguir beneficios personales, como lo señala el mismo presidente del partido.

El Partido Acción Ciudadana se dañó a sí mismo abortando la posibilidad de una coalición de oposición, que de todas maneras estaba “en la cola de un venado” como dicen, ya que los intereses y los egoísmos partidarios, tan propios de nuestra forma de ser costarricense, pondrían dificultades infinitas. Y además, sale herido y en medio de una extraña confusión de sus elecciones primarias, y no se le nota por ahora capacidad de convocatoria. Las malas lenguas nombran a su candidato como “el profesor”, como si ello fuera un blasón negativo, y se olvidan que muchos ex presidentes de la república fueron en su momento profesores en la Universidad de Costa Rica, lo cual no significa nada, de por sí.

Luego vienen los pequeñitos. Uno coherente: el partido de izquierda, el Frente Amplio, del que no se puede esperar otra cosa que no sea la integridad de sus propuestas filosófico-política y una actitud de ética a prueba de todo. Pero el daño realizado sistemáticamente en las mentes de los costarricenses, durante años, en contra de todo lo que huela un poco a izquierda, pesará gravemente en esta oportunidad. Otros medio despistados: nacidos al calor del entusiasmo de algún grupillo de amigos alrededor de un político de la vieja guardia, o de la nueva desconocida, y que probablemente no llegarán a ninguna parte.

Esta situación es caldo de cultivo para dos nefastos elementos que pueden traer consecuencias terribles para el país: el aprovechamiento de las maquinarias electorales de los partidos más viejos y con experiencia en el engaño masivo, y la confusión de los votantes –de por sí no muy ilustrados- que se dejarán llevar por unas posibles campañas llenas de mentiras, promesas que no se cumplirán, como siempre, y la creación de imágenes caudillistas elaboradas por especialistas en comunicación política. Esta ecuación nos deja bastante asustados.

¿Qué podemos esperar, entonces? Por ahora, nada. Con el pasar de los próximos meses, si somos lo suficiente inteligentes, conscientes de las realidades, y tomamos en consideración los hechos que señalan el comportamiento de los distintos partidos políticos, es posible, y solamente posible, que lleguemos a encontrar en algún candidato “algo bueno” que amerite nuestro voto. ¡Pero cuidado con el marketing político!

Desde que el campo político ha sido “invadido” por el marketing se busca a través de la investigación política obtener información útil en todas las etapas del proceso de decisiones de campaña, que contribuya a elaborar planes estratégicos y tácticos de marketing político. En definitiva, que sirva a los objetivos de la organización política que los está confeccionando.

Para obtener esa información las organizaciones políticas construyen un sistema de información de marketing político donde los datos primarios son obtenidos principalmente del subsistema de investigación que está comprendida dentro del sistema de información, que es una red compleja de relaciones estructurales donde intervienen personas, máquinas y procedimientos que tienen por objeto engendrar un flujo ordenado de información pertinente proveniente de fuentes internas y externas a la organización y destinados a servir de base a las decisiones de marketing, y en particular sirven a partidos políticos y sus representantes.

Debido a que en las investigaciones de mercado electoral y particularmente en aquellas que buscan conocer la intención de voto del electorado, surgen mayores dificultades para analizar los resultados, no porque el investigador cometa más errores que en una investigación de mercados de productos, sino por los efectos particulares a los cuales está expuesto el elector frente a la acción de manifestar su voluntad política a un encuestador. En otras palabras se hace necesario comprender en profundidad el comportamiento pre-electoral del elector y cómo se manifiesta en las respuestas que otorga a los encuestadores.

A su vez, hay que tener presente las motivaciones e intereses de tipo emocional que despierta el tema político en encuestadores e investigadores y los riesgos que esto lleva a la investigación, es decir, la posibilidad de que prime la emocionalidad de la ideología política sobre la ética en el trabajo. Durante los meses de campaña electoral, es importante tener en cuenta que un estudio de investigación profesionalmente diseñado y administrado debe reconocer las fuentes potenciales de error, además de manejar la magnitud de dichos errores de manera consistente con la exactitud requerida por una situación determinada.

El investigador debe estar enterado de que errores no muestrales pueden ocurrir y de los efectos que pueden tener estos errores sobre los resultados, para de esta forma decidir las acciones que reduzcan finalmente dichos errores. Cabe señalar la importancia de reconocer estos errores no muestrales, porque de otra manera la investigación se convertiría en algo de muy poca utilidad real.

Por último, señalar que hoy las encuestas se destacan por la rapidez de sus resultados, por lo tanto son consideradas útiles para el monitoreo de intención de voto. En definitiva, las encuestas proveen de un excelente método para asegurar la sintonía fina con el electorado, en la medida en que sean correctamente examinadas y sus lectores tengan claro los potenciales errores que pueden contener. Pero, ¿quién nos puede asegurar que una encuesta, contratada por un partido político determinado, no sea manipulada de tal forma que favorezca a quien la “paga” a la empresa que la realiza? Sobre todo cuando se sabe que el costarricense “vota a ganar”, es decir, emite su voto envuelto en la más aberrante de las estupideces e ignorancia, para quien en las encuestas aparece como posible ganador.

Deben recordar los ciudadanos que las elecciones no son un partido de fútbol, allí se juega el destino del país por muchos años, y los errores cometidos en el pasado por los electores los pagamos todos. Si no, vea Usted a dónde hemos llegado eligiendo a neoliberales, pillos, ladrones de cuello blanco, corruptos de toda clase y forma, quienes utilizan al Estado y sus recursos para beneficio propio o de su gremio. Pero mis palabras se las llevará el viento por dos razones: el pueblo no lee los artículos de opinión, y mucho menos los de este medio electrónico, y los que los leen ya tienen su criterio establecido. Sin embargo, en esta serie de artículos que he denominado reflexiones preelectorales ha querido aportar algunas luces (desde mi punto de vista, claro está) que  nos abran los ojos.

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Viernes, 12 de febrero del 2016
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