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Colaboraciones

Los estrechos límites del estado-nación contemporáneo

Por: Rogelio Cedeño Castro
Colaborador de Amauta

Publicado el: Miércoles, 28 de agosto del 2013

La “razón” nacionalista no es otra cosa que la reiteración discursiva y local de la razón de Estado. Lo que se llama razón de Estado se encuentra en las raíces mismas del Estado moderno, de la separación entre Estado y sociedad. La razón de Estado es la razón de los juristas y burócratas, interesados en la universalización de la ley, en la abstracción del poder, en la conformación de una maquinaria administrativa instrumental, no ligada al cuerpo del soberano. La razón de Estado eleva el concepto de Estado a verdad absoluta, principio y fin de la historia nacional. Raúl Prada Alcoreza Crítica de la “razón” nacionalista.

I

(Arte: Ralph Steadman)

(Arte: Ralph Steadman)

El estado-nación con sus fronteras, su red burocrática y su aparato represivo es la creatura por excelencia de la modernidad, de una modernidad violenta y a menudo sanguinaria dentro de cuyo despliegue se aplastan y se niegan, de muchas maneras, los derechos más elementales de las personas y hasta su condición misma de humanidad, en nombre de una noción de ciudadanía vaga y abstracta, revestida como progresiva y humanista, contrastándola con  algunas expresiones de las formas tradicionales de la dominación, mucho más abiertas en el ejercicio de la violencia física dentro de los actos de la vida cotidiana, lo que no quita la naturaleza esencialmente violenta del estado-nación contemporáneo(v.gr Max Weber), demostrada hasta la saciedad por las múltiples expresiones de su accionar. Estas apariencias con las que se le quiere disfrazar, con relativo éxito, a través de un hábil manejo mediático, se desploman  cuando examinamos con agudeza algunos de los hechos más crudos de la historia de nuestra área continental, una región planetaria que se ha venido caracterizando por el genocidio y el etnocidio, dentro de la que los estados nacionales de Argentina, Chile, Guatemala o México, por sólo mencionar algunos de ellos, se abocaron al exterminio de muchas de las etnias o pueblos originarios que los habitaron durante muchos siglos, en especial en la Patagonia o en vastas regiones del norte de México, a lo largo de las últimas décadas del siglo XIX y las primera del XX, que antecedió al nuestro, a riesgo de dejar por fuera los atroces crímenes de las dictaduras militares de Guatemala, durante la guerra civil centroamericana que concluyó hace poco más de una década.

Se trata además de un ente, sacralizado dentro de la mentalidad popular, que ejerce una influencia determinante y negadora de las particularidades regionales, étnicas, religiosas u otras presentes dentro de su área territorial, como un ámbito dentro del que las elites del poder ejercen su dominio homogeneizador sobre las poblaciones que lo habitan, sin importar que su presencia allí sea mucho anterior al  ahora dominante estado nacional, exteriorizado en su aparato represivo y burocrático.  Por otra parte, como bien se ha explicado hasta la saciedad, sucede que la existencia misma del estado-nación y los fundamentos de la legitimidad de sus poderes no descansa solamente en la fuerza física, sino que resulta decisiva la manera dentro de la que opera en la conformación de las mentalidades individuales y colectivas dentro de la vida social contemporánea, de tal forma que las actuaciones de las elites a la cabeza de los estados nacionales no se pueden poner siquiera en duda, so pena de excomunión o de una especie particular de muerte civil. La existencia de una, más o menos extendida, religión civil hace de las patrias contemporáneas un conjunto de deidades sanguinarias, en cuyos altares pueden sacrificarse las vidas de miles de seres humanos, sin sonrojo alguno para los responsables de estos crímenes, tal y como sucedió a lo largo de las dos guerras mundiales del siglo anterior y de los innumerables conflictos bélicos que se sucedieron desde entonces

El acto mismo de traspasar una frontera para internarse en el territorio de un país vecino se constituye en una acción, que va mucho más allá  de los trámites burocráticos o de los intereses materiales que nos mueven a realizar esa acción, se trata de traspasar una barrera mental para internarnos en el universo de lo desconocido y lo diferente, una especie de actuación social que muchos no logran materializar incluso por no haber podido percibir su sentido y su significación. Pareciera que al otro lado de la línea imaginaria habitan seres de otra especie, no vaya a ser que seamos contaminados por la presencia de esas extrañas y al parecer peligrosas creaturas, con las que sin embargo comerciamos y hasta dialogamos en algunas oportunidades.

II

Por cierto que no estamos aludiendo, de manera específica, a las dimensiones espaciales cuando hablamos de los estrechos límites del estado-nación contemporáneo, sino más bien de la estrechez de las miras y del pobre horizonte individual y colectivo que nos imponen las élites del poder, a partir de la ideología que profesan y de sus propios intereses materiales. Las distintas manifestaciones de la religión civil rousseauniana, actuando como una religión de Estado (v.gr Rousseau y el Contrato Social) nos impiden captar un horizonte más amplio y específico fuera de nuestras fronteras territoriales, que son además verdaderas barreras mentales que sutilmente aprisionan nuestras ideas y nuestras acciones, las que reformuladas podrían ayudarnos al acercamiento y la cooperación con los pueblos y naciones que habitan en nuestra vecindad geográfica inmediata.

En el caso de la América Central, el área geográfica que compartimos con otros estados-nación cuyas extensiones territoriales podrían calificarse de pequeñas, sobre todo si las comparamos con la mayor parte de las naciones sudamericanas o con los casos de México y el Canadá, existen unas barreras mentales de tal dureza y magnitud que nos impiden pensarnos como región, a pesar de la retórica sobre los tratados y acuerdos de cooperación que emplean, con mucha frecuencia las elites del poder( y sobre todo los poderes fácticos).

La gran habilidad con que estos grupos de poder político y económico imponen sus intereses materiales sobre el conjunto de la población de sus estados no sólo es manifiesta, sino que nos conduce a presenciar lamentables espectáculos, para darle algún calificativo a las acciones de los gobernantes de Costa Rica y Nicaragua, las que ya arrojan como resultado  daños y un notable deterioro de la cuenca del Río San Juan y del Lago Cocibolca o de Nicaragua, una área de gran biodiversidad y con especies endémicas como el pez gaspar, el manatí y el tiburón de agua dulce hoy en peligro de extinción, como un hecho  visible hacia los dos lados de la línea fronteriza. Este no es un asunto coyuntural, sino el resultado del doble lenguaje que las élites nicaragüenses (no importa si liberales o sandinistas) o costarricenses (el engendro del PLUSC) vienen  empleando, en el manejo de sus políticas en materia fronteriza y ambiental.

Tanto Costa Rica como Nicaragua mantienen en el mayor  abandono a los habitantes de las regiones fronterizas, las que por lo general presentan los mayores índices de miseria y pobreza, además de una dotación de infraestructura y  servicios que está muy por debajo de la que poseen las áreas centrales de las dos naciones, sin que esto cause indignación alguna entre grandes sectores de la población de ambos países, muy receptivos en cambio hacia demagógicos y trasnochados discursos de corte nacionalista, los que sólo evidencian  su gran destructividad.

Los daños ambientales ocasionados por la llamada Trocha, construida sin criterios técnicos ni estudios de impacto ambiental, por parte del gobierno de Costa Rica, durante  los años 2010 y 2011, resultan ya irreparables y han transformado, de manera radical, el paisaje de esa región que era hasta entonces un importante reservorio biológico. Frente a todo esto, resultan ridículas y lamentables las expresiones de un patrioterismo, lleno de poses de indignación moral, con las que se pretende ocultar y hasta justificar la gravedad de tales acciones.

No menos irresponsables han sido las elites del poder en Nicaragua, con su acusada ligereza en el manejo de estos temas tan delicados, tal y como aconteció con el affaire de Punta Calero y el nunca concretado drenaje del Río San Juan. Ahora, el anuncio  de la construcción de un canal interoceánico, a través del  territorio nicaragüense, no hace sino confirmar la estrechez de las miras y percepciones de quienes detentan el poder en dos de los estados-nacionales del istmo.

III

El estado-nación actúa como un verdadero rodillo compresor, que mediante su aparato represivo y su poderosa maquinaria ideológica aplasta o suprime la posibilidad de aquellos horizontes o perspectivas culturales, provenientes de los más diversos grupos o actores sociales colectivos, que no calcen con los intereses o las visiones de las elites en el poder (sobre todo aquellas que les resultan esenciales para sus aspiraciones e imaginario del deber ser de su ubicación en la escena planetaria), dentro de abanico que va desde tornarlas invisibles de mil maneras hasta, de ser posible, llegar a su  exterminio físico o conversión postrera, tal y como ha venido sucediendo durante los cinco siglos transcurridos desde la irrupción europea en nuestra área continental.

De esta manera, hasta la diversidad lingüística existente de hecho en su área territorial de dominio, resulta negada o trivializada desde los ámbitos de la cultura dominante, los que manejan esos hilos de manera consciente, pero también inconsciente, en la gran mayoría de los casos; de tal forma, que el mayor número de los habitantes de un estado nacional ni siquiera logra captar, por ser un proceso ideológico y por lo tanto, no transparente hacia la propia conciencia, los elementos determinantes y las consecuencias efectivas que esto conlleva, sobre todo en términos de la (im)posibilidad de conformar un tipo de estado o de sociedad, más o menos incluyente, desde el punto de vista cultural.

La ansiosa actitud, en procura de moldear a toda la sociedad a su imagen y semejanza lleva a las clases dirigentes a transmitir e imponer sus obsesiones acerca de la imperiosa necesidad de aprender el inglés (perfecto) y el mandarín, pero jamás a establecer un diálogo fructífero con la comunidad afrocaribeña de los países de la América Central, a partir de su patrimonio cultural exteriorizado en el inglés criollo, y mucho menos, a intentar el uso del cantonés, la lengua que hablan y entienden la gran mayoría de los chinos que conviven con nosotros, desde hace varias generaciones.

Para el caso de Costa Rica, el inglés criollo limonense, el bribri o el cabécar no son relevantes, dentro de esta visión propia de las elites de poder, en cambio si lo es un presunto bilingüismo entre nuestra lengua  y el inglés estadounidense,  en el que este último debería hablarse sin acento alguno, alejándolo de sus raíces culturales. Es decir que, a partir de las visiones de las elites locales, la agenda cultural debe ejecutarse sólo de acuerdo con sus  intereses y sus ansias de parecerse o ser identificadas con sus homólogas de los países centrales, ya sean norteamericanas o europeas.

La imagen ideal de los habitantes de muchos estados nacionales de América Latina, forjada a lo largo de más de dos siglos, por parte de las elites del poder, no se corresponde con la de los rasgos fenotípicos de la gran mayoría de la población. Las televisoras locales, por lo general propiedad de los descendientes de los colonizadores europeos, escogen a sus presentadores y presentadoras, a partir de unas imágenes que suelen corresponder a otras latitudes, dentro de lo que constituye una extraña sintonía con las representaciones de si mismos, que guardan otros pueblos y que terminan siendo asumidas, de manera irracional.

Sucede que mientras, por una parte, se fomenta un torpe nacionalismo entre los habitantes de un país determinado, con el que se pretende distanciar a la población local con respecto a quienes habitan en los países vecinos  buscando descalificar, mediante el racismo o la xenofobia, al otro diferente o, en el mejor de los casos, procurando llegar hasta ignorar su existencia misma, mediante el recurso de la neutralidad afectiva; por otra parte, se favorece la sumisión hacia naciones y poderes externos que pueden ser bastante lejanos, respecto del área geográfica compartida y los verdaderos intereses locales o regionales.

IV

La figura del estado-nación dentro de la siempre cambiante escena contemporánea, continúa siendo sacralizada en términos de una cierta  inconmovible noción que la define, a partir del culto a la soberanía territorial que aparece como uno de sus principios  o atributos fundamentales, algo que no se compagina con los acelerados cambios que registra el escenario histórico, en este nuevo cambio de siglo, donde el tema de la soberanía territorial de muchos estados se ha venido relativizando frente al poderío y presencia militar estadounidense, a escala planetaria y también frente al poderío económico de algunas empresas transnacionales, cuyos ingresos exceden en varios dígitos al PIB de un buen número de estados nacionales, cuyos ingresos resultan ser bastante inferiores.

Por otra parte, sucede que mientras algunos de los viejos imperios europeos (sobre todo en el caso de Inglaterra y Francia) comenzaron a perder importancia, al concluir el período de las dos guerras mundiales de la primera mitad del siglo XX, pero especialmente a partir la década de los 1960, cuando obtuvieron su independencia la mayor parte de las naciones africanas y asiáticas (El caso de la India se remonta a 1947), no sucede lo mismo con la única superpotencia que quedó al concluir la no tan fría guerra que libraron los Estados Unidos y la Unión Soviética, a lo largo de casi medio siglo, convertida en el gendarme internacional sin límites para espiar no sólo a sus ciudadanos, sino también a la casi totalidad de los habitantes del planeta, un ámbito que tampoco parece definir sus fronteras, tornándose estrecho  también desde la propia dinámica imperial, sobre todo a partir de sus incursiones en el espacio exterior y sus obsesiones de ejercer control, también en ese ámbito.

Durante las semanas recientes, el caso del agente de la inteligencia estadounidense Edward Snowden que se encargó de revelar los andamiajes de la maquinaria de espionaje, a escala planetaria, generó una gran cantidad de tensiones entre la superpotencia y una serie de estados nacionales que buscan reafirmar su soberanía territorial y construir diversos grados de independencia política y económica.

Las viejas potencias europeas han tornado, de manera un tanto disminuida y retórica, a revivir sus viejos proyectos colonialistas en África y el Oriente Medio, aunque siempre bajo la hegemonía estadounidense exteriorizada en sus manejos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), un organismo expansionista y agresivo que, durante el período de la guerra fría, se presentaba como defensivo frente a la Unión Soviética y las naciones del llamado Pacto de Varsovia, desaparecido hace un par de décadas. Las maniobras de Francia e Inglaterra en el Medio Oriente y en el Norte de África, incluido el despliegue de la aviación y de tropas encuadradas en la OTAN, evidenciaron esa clase de sueños menguados de aquellas naciones europeas que se habían repartido el continente africano, con escuadra y compás en la Conferencia de Berlín, de 1885.

Sin embargo, lo que puso de manifiesto la gran paradoja de los estados nacionales contemporáneos, sobre todo europeos y sus pretensiones de soberanía territorial expansiva, de tipo imperial, se demostró  en la acción de cuatro naciones europeas (Francia, España, Italia y Portugal) que prohibieron, durante un lapso de 15 horas, el sobrevuelo del avión presidencial boliviano que llevaba de regreso a su país, procedente de Moscú, al presidente de esa nación sudamericana, Evo Morales Ayma. Bajo el pretexto de que el perseguido estadounidense Edward Snowden viajaría en esa nave, actuaron como servidores de los dictados de la única superpotencia colonial que sobrevivió a la guerra fría, de tal manera que los viejos colonizadores se terminaron comportando como colonizados, dentro de lo que son las ironías que marcan los estrechos límites del estado nación contemporáneo.

 

Rogelio Cedeño Castro es sociólogo y catedrático de la UNA

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